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Voto de Tokio ya no nos quiere:
7
Acción. Romance Kiltro transcurre en el interracial barrio de Patronato, terreno donde chinos, coreanos y árabes coexisten de la mejor manera posible. Es ahí donde vive Zamir (Marko Zaror) un torpe joven aficionado a las artes marciales, enamorado locamente de una chica que parece disfrutar ignorando a su insistente enamorado. Lo que parece ser una historia de amor imposible toma un oscuro cariz cuando Max Kaliba vuelve al barrio, a cobrar viejeas ... [+]
23 de noviembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
«El odio , la ira. Las emociones derivadas de nuestra motivación más poderosa: el amor, el cual se engendra en la base salvaje de nuestro corazón. Pasa que a menudo sirve de terreno abandonado para generar las conductas más espantosas del ser humano».

Así empieza la historia de amor que es Kiltro. Desempolvando el corrompido baúl de mi cerebro he tenido que esforzarme mucho para encontrar una historia de amor contada en clave de película de artes marciales tan buena. La había visto en forma de espada y brujería, como Conan. De épica lacrimógena como Leyendas de pasión y derivados , de ciencia ficción como Terminator, de terror romántico y barroco cómo en el Drácula de Coppola, de exquisita comedia como El apartamento . Puedo acordarme de Blanco Humano, de Van Damme, o recientemente de Kill Bill. Pero esta última es más bien una historia de amor roto por la muerte y la venganza.
Las palabras son ese maravilloso invento intelectual ( para algún que otro loco lo es la muerte) que los hombres alumbramos en los albores de los tiempos para intentar comprender y dar forma a aquellas realidades externas e internas que nos habitan y rodean. Jaulas que encierran un significado que inevitablemente limita la verdadera naturaleza de aquello a lo que da nombre. Palabras como fuego. Como átomo. Como Dios o como poesía . Y ¿que es poesia? Se preguntaba el cursi romanticoide de Becquer. Pues poesía es Kiltro e intentar explicarla con palabras es limitarla de alguna manera.
Un servidor no pretende defender lo indefendible y muchos menos encontrar el diamante en el culo de un cadaver que diría aquel , o sea la belleza en una película que no lo mereciera, con la dificultad añadida de encontrarla dentro un género tan injustamente infravolorado y poco dado al romanticismo como es el de las artes marciales . Kiltro es terriblemente bella y se defiende solita: a base de chorrazos de sangre y de hostias como catedrales góticas, de unos diálogos que Tarantino le hubiera pedido a los Reyes Magos para Kill Bill, de una puesta en escena impecable, de unos personajes carismáticos ( entre ellos un protagonista a la altura de los grandes y un malo muy malo a causa del (des)amor. ¿Lo dudaban?), de un conocimiento sabio y profundo del género, de una historia de amor salvajemente tierna e ingenua y de unos paisajes ultraterranales que existen y que están locazados en Chile. Porque Kiltro es chilena y es sencilla y llanamente una puta maravilla aderazada con una banda sonora de spagetti western que cumple estupendamente su función.
Y yo haciendo mi vida como si nada. Haciendo la compra, hincando los codos, respirando. Viviendo en la ignorancia. Amando en secreto y desde la inevitable distancia, a la que mi timidez congénita me condena, a alguna chica bonita que me hace sonreír. Sin saber que Kiltro existía. Y tan tranquilo.
Aviso para intelectuales de bolsillo y gafapastas putamierdistas: Abténganse, no la vean, porque les va a gustar. Y mucho.
Tokio ya no nos quiere
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