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Voto de Olaf Gaadou:
10
7,2
5.147
Drama
Benny es un chico de 14 años de buena familia. Sus padres intentan compensar la falta de cariño hacia su hijo regalándole un estupendo equipo de vídeo. Obsesionado con el uso de su nuevo juguete, graba cómo sacrifican a un cerdo con una pistola, escena que lo incita a cometer un acto salvaje. (FILMAFFINITY)
17 de febrero de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este texto está escrito por un fanático de Haneke, cualquier parecido con el rigor es pura coincidencia.
¿Qué demonios pasa en Austria? ¿Acaso es casual que Sigmund Freud, Michael Haneke y el monstruo de Amstetten sean compatriotas?
Quizás no de Amstetten, pero desde luego hay algo de Freud en el cine de Haneke, en cuya temática uno distingue alusiones al subconsciente, la sexualidad reprimida o el tabú. Licenciado en Psicología, Filosofía y Drama, Michael Haneke (1942) saltó a la gran pantalla después de años dedicándose a la crítica, al teatro y a la televisión, con su primer film Der siebente Kontinent, en 1989. Se le ha descrito como el “cineasta de la violencia”, aunque
sería más acertado llamarle el “retratista de la contención”. En última instancia sus filmes giran en torno a personajes contenidos, habitantes de mundos contenidos, cuyos avatares suelen están marcados por una educación exquisita (férrea, quizás), marcos morales muy denidos y un orden establecido inviolable. Retratista preciso, Haneke escoge la herramienta precisa: el plano fijo. En sus películas, el plano fijo es una metáfora de cierta sociedad burguesa europea, moderada y cohibida, pero también dominada y reprimida. Metáfora también de lo que ocurre fuera de campo, fuera de ese rectangulito fijo, símbolo estático de la rectitud social; fuera,
donde dominan los monstruos, donde existe el horror. Haneke nos muestra, con sobriedad claustrofóbica, que fuera del plano fijo late el horror banal de la violencia de Benny’s Video (1992) y Funny Games (1997), o el horror de la injusticia social de Code Inconnu (2000) y Caché (2005), o del mismo nazismo en Das Weisse Band (2009).
Si uno revisita El vídeo de Benny hoy cree estar ante la obra de un visionario o un genio. Se nos muestra un presente proto-distópico, dominado por las pantallas y el exceso de imágenes explícitas; donde las fronteras entre lo real y lo representado se desdibujan. Son las temáticas que veinte años más tarde fascinan al gran público de la mano de series televisivas como Black Mirror (Charlie Brooker, 2011).
La historia de Benny es la de un adolescente obsesionado con el vídeo e insensibilizado ante el impacto de las imágenes que ve. Su habitación está colmada por cintas, cámaras y monitores. Su ventana es, literalmente, una pantalla –vive con las persianas bajadas y ve el exterior en un monitor a través de una cámara–. Incluso monitoriza su habitación permanentemente.
¿Qué demonios pasa en Austria? ¿Acaso es casual que Sigmund Freud, Michael Haneke y el monstruo de Amstetten sean compatriotas?
Quizás no de Amstetten, pero desde luego hay algo de Freud en el cine de Haneke, en cuya temática uno distingue alusiones al subconsciente, la sexualidad reprimida o el tabú. Licenciado en Psicología, Filosofía y Drama, Michael Haneke (1942) saltó a la gran pantalla después de años dedicándose a la crítica, al teatro y a la televisión, con su primer film Der siebente Kontinent, en 1989. Se le ha descrito como el “cineasta de la violencia”, aunque
sería más acertado llamarle el “retratista de la contención”. En última instancia sus filmes giran en torno a personajes contenidos, habitantes de mundos contenidos, cuyos avatares suelen están marcados por una educación exquisita (férrea, quizás), marcos morales muy denidos y un orden establecido inviolable. Retratista preciso, Haneke escoge la herramienta precisa: el plano fijo. En sus películas, el plano fijo es una metáfora de cierta sociedad burguesa europea, moderada y cohibida, pero también dominada y reprimida. Metáfora también de lo que ocurre fuera de campo, fuera de ese rectangulito fijo, símbolo estático de la rectitud social; fuera,
donde dominan los monstruos, donde existe el horror. Haneke nos muestra, con sobriedad claustrofóbica, que fuera del plano fijo late el horror banal de la violencia de Benny’s Video (1992) y Funny Games (1997), o el horror de la injusticia social de Code Inconnu (2000) y Caché (2005), o del mismo nazismo en Das Weisse Band (2009).
Si uno revisita El vídeo de Benny hoy cree estar ante la obra de un visionario o un genio. Se nos muestra un presente proto-distópico, dominado por las pantallas y el exceso de imágenes explícitas; donde las fronteras entre lo real y lo representado se desdibujan. Son las temáticas que veinte años más tarde fascinan al gran público de la mano de series televisivas como Black Mirror (Charlie Brooker, 2011).
La historia de Benny es la de un adolescente obsesionado con el vídeo e insensibilizado ante el impacto de las imágenes que ve. Su habitación está colmada por cintas, cámaras y monitores. Su ventana es, literalmente, una pantalla –vive con las persianas bajadas y ve el exterior en un monitor a través de una cámara–. Incluso monitoriza su habitación permanentemente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Un fin de semana cualquiera, con sus padres ausentes, Benny invita a una chica a casa y comete un crimen horrendo. La cámara de la habitación de Benny no lo registra: el asesinato queda fuera de campo. A su vez, la cámara de Haneke no encuadra la habitación, si no que (plano jo mediante) nos muestra la pantalla de televisión. La secuencia del crimen es una advertencia clara: el horror se da fuera de campo.
En un tiempo dominado por lo pornográfico y lo explícito, donde, en palabras de Rivette, el horror forma parte de nuestro paisaje mental, parece que Haneke ha sabido dar con la tecla: el
horror no se puede enseñar, no se puede ver; pero sabemos que está ahí, latente.
Haneke (y Benny) es capaz de abocarnos a ese abismo con un arma peligrosa: una cámara.
En un tiempo dominado por lo pornográfico y lo explícito, donde, en palabras de Rivette, el horror forma parte de nuestro paisaje mental, parece que Haneke ha sabido dar con la tecla: el
horror no se puede enseñar, no se puede ver; pero sabemos que está ahí, latente.
Haneke (y Benny) es capaz de abocarnos a ese abismo con un arma peligrosa: una cámara.