Ni la estética visual ni los juegos de cámara ni la ambientación agobiante, ni siquiera la notable interpretación del impávido Klaus Kinski, salvan este western necio y aburridísimo. Que además es muy decepcionante porque en las primeras secuencias sabe crear tensión y generar expectativas de gran película cuando el tema de la venganza se va perfilando, para malograrlo todo muy pronto al reducirlo a un larguísimo tiroteo, a un juego del gato (Kinski) y el ratón (el villano y sus diez o quince esbirros), un ratón especialmente tonto, porque hay que ver qué hatajo de pistoleros torpísimos eran, que se dejan acribillar uno a uno a lo largo de la noche por un solo hombre que acaba de pasar diez años en trabajos forzados y sin tocar un fusil.
La película apuntaba algo más con los personaje del hijo del villano y su madrastra, pero parece que sólo están ahí para generar expectativas falsas.
Ni siquiera la cita de la Biblia sobre la frase de Yahvé a Caín está reproducida correctamente. Todo es pretencioso y vacío.