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España España · Alicante
Voto de cdg1979:
9
Comedia. Drama En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
20 de febrero de 2014
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cita de Céline y adelante con el espectáculo. Bajo una Roma serena y clásica con voces traídas del cielo, un turista japonés fotografía la belleza y muere. Estamos avisados. Toda búsqueda conlleva un tropiezo, a veces sin posibilidad de seguir caminando. ¿Qué buscan los participantes de la fiesta que ahora vemos, monumento a lo hortera, lo hueco, lo frívolo, lo Carrà, lo imposible? Buscan no buscar más allá de sus narices: pura exhibición obscena presidida por Jep Gambardella (Toni Servillo: qué actor). Él busca lo que todos y otra cosa: una razón, algo. ¿Lo encuentra? ¿Importa saber si lo encuentra?

A medio camino entre lo operístico y el guiñol, Sorrentino nos ofrece un viaje al final del desencanto, a la vejez de plástico, al ridículo en letras doradas. Jep busca, también, gente que le limpie: su criada sudamericana le limpia la casa y las culpas del desayuno a medio día; el sacerdote del botox le limpia las dudas de la frente; sus amistades (con los que reflexiona como con el espectador con una inteligencia, una contradicción, un pesar y una ilusión que nos deja desnudos y llenos de pieles de bisón a partes iguales) que le limpian los vacíos para dejarlos más vacíos, más inútiles; y su vida le limpia de la muerte, por más que ésta sobrevuele por encima de cada amanecer de copas sin acabar, de tetas y culos poderosos, de estruendo sin alma. De teatro. De Roma.
Sorrentino, ya lo hizo en El Divo, juega al límite y bordea, como su protagonista, el descalabro. Pero no, no hay accidente en el delirio de esa cámara que sí, que muchas veces está encantada de conocerse: hay hipnosis, hay regalo para nuestras retinas, está el Fellini de La Dolce Vita y de Ocho y Medio, hay esa Roma ( santa y puta barata) que es espejo de esa decadencia que preside la cinta, hay virtuosismo a la hora de presentar, a modo de fragmentos de una vida, lo que pasa y no pasa sobre esa azotea que el Coliseo mira sin inmutarse. Porque pasa tanto como lo que no pasa. Jep quiere: quiere volver a escribir, quiere la vida de otros, quiere huir a los primeros amores empapados de interrogantes, quiere y quiere; pero volverá la noche y en ella se quedará con su habitual ruido y furia. Y llegará el día y la soledad entre calles de sombras. Y de día y de noche estará esa nada que tanto atraía a Flaubert como atrae a Jep. La nada por la que Sorrentino nos lleva con mano irónica. La nada, al fin y al cabo, que está en todos lados: en la Roma Clásica que abre sus puertas cuando se entornan las del sol, en la política, en la iglesia, en el arte moderno, en la filosofía que dura lo que dura una calada, en nosotros, en la propia belleza que se busca, que se persigue en esta película como los niños persiguen palomas y con el mismo éxito: al final todo sale volando, salvo la nostalgia.
cdg1979
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