Todos y cada uno de los que hemos sido unos friquis de LOST durante su emisión entre los años 2004 y 2010, recordamos esta serie por muchísimas razones: Empezando desde sus musiquillas pegadizas en las expediciones al adentrarse en la isla, pasando por sus míticos personajes como aquel impredecible hombre calvo al que nadie le podía decir lo que no podía hacer, hasta los misterios que se resolvieron como los que no. Pero si hay algo por lo que no la recordaremos, a pesar de su decepcionante final, será por “una pérdida de tiempo”.
¿Por qué?
Porque cuando veías LOST tú no perdías el tiempo, el tiempo te perdía a ti. Te perdía en aquella misteriosa y única isla en la que cualquier cosa podía pasar en cualquier lugar o momento. Y es que como bien decía aquel hombre calvo, “todo ocurría por una razón”.
¿Pero cuál era esa razón?
La razón era llegar al día siguiente a tu clase, oficina, lugar de trabajo o lugar donde te reunías con tus amigos y pasar horas discutiendo por lo que creías que sucedería en el siguiente capítulo, lo cual nunca acertabas, porque siempre ocurría otra cosa que te dejaba boquiabierto mirando a una pantalla de color negro con cuatro letras blancas. LOST.