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España España · Pamplona
Voto de Asier Gil:
6
Drama. Comedia En una residencia de ancianos de Jerusalén, un grupo de amigos construye una máquina para practicar la eutanasia con el fin de ayudar a un amigo enfermo terminal. Pero cuando se extienden los rumores sobre la máquina, otros ancianos les pedirán ayuda, lo que les plantea un dilema emocional y los implica en una aventura disparatada. (FILMAFFINITY)
14 de enero de 2020
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Es la historia más triste que habrá visto en mucho tiempo. En la esquina de una habitación, cuatro ancianos con guantes de látex para no dejar huellas observan en silencio cómo una mujer graba ante una cámara un mensaje de despedida. A su lado, sentado en la cama que desde hace años se convirtió en su mundo, su marido llora por dentro y la besa por última vez. Él la ayudó a cumplir su deseo de no permitir que la vida le robara la muerte. Y los cuatro ancianos le abrieron las puertas de ese trayecto. En un maletín, dos frascos, un pulsador y un sistema de engranajes para que, al apretar el botón, un minuto separe al enfermo del sueño que pondrá fin a su sufrimiento. Una máquina con la que apagar la luz sin dejar manos ejecutoras en un país sin libertad para morir dignamente. Pero 'La fiesta de despedida' no es un alegato, no trata de abrir debates sobre la eutanasia ni sentar cátedra sobre el derecho de cada cual a elegir su camino... Tampoco es una película sentimentaloide ni recurre al melodrama para buscar la lágrima fácil. Es filmar cómo un viejo agotado pasa la noche sentado en un banco frente a la casa de los que pueden ayudar a su mujer a abandonar el infierno. Una historia triste.
La trama se centra en un grupo de amigos que viven juntos en un complejo de pisos para personas de la tercera edad. Uno de ellos, cansado de las cadenas de una cama de hospital y de romper la noche con alaridos de dolor, les implora que lo dejen partir. Para escamotear la máscara del verdugo, construyen un pequeño aparato con el que el propio moribundo se inyecte el suero y cierre los ojos. Pero su secreto corre como la pólvora en la residencia y más enfermos terminales les reclaman que les asistan de igual forma, despertando en ellos el dilema moral de convertirse en dioses con el poder de decidir quién vive y quién muere.
Con un pasado común de cortometrajes, los realizadores Tal Granit y Sharon Maymon escriben y dirigen un filme sencillo, sin alardes estilísticos ni ínfulas de adoctrinar en un tema tan escabroso como la eutanasia. Permitiendo que el guion sea el que lleve el peso de la cinta, recurren a pinceladas de humor negro -a veces, un tanto simple- para edulcorar en los primeros compases el trago de una píldora tan amarga. Sin embargo, a medida que avanza el metraje, se dejan llevar por la profunda emotividad de las escenas, firmando además un breve episodio musical que contagia al espectador de la misma pesadumbre que sufren los protagonistas. Cuando se camina al borde de un precipicio, existe el riesgo de caer en la tentación de alentar los sentimientos de desolación y desamparo, con el objetivo de incomodar al público y apresar su empatía, pero los dos cineastas tejen una urdimbre sólida y estanca, fundamentada en unos personajes de gran realismo y provistos de unas actitudes altamente comprensibles. De hecho, el reparto coral cumple con las exigencias de trasladar esa imagen de experiencia acumulada, alma juvenil y cuerpos maltrechos que comparte el grupo de amigos.
Pese al calado emocional de las secuencias, la película llega al final con dos deficiencias: el desarrollo impreciso y acelerado de uno de los protagonistas clave, y la invitación a criticar su apuesta argumental con un desenlace que dinamita la hasta entonces imparcial puesta en escena. Aun así, las bondades del filme merecen una oportunidad para salir del cine doliente de tristeza.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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