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España España · Pamplona
Voto de Asier Gil:
6
Drama Viviane Amsalem, separada desde hace años de Elisha, su marido, quiere conseguir el divorcio para no convertirse en una marginada social. En Israel no existe aún el matrimonio civil; según las leyes religiosas, sólo el marido puede conceder el divorcio. Sin embargo, Elisha, se niega a hacerlo. Viviane tendrá que luchar ante el Tribunal Rabínico para lograr lo que ella considera un derecho. Así se verá inmersa en un proceso de varios ... [+]
14 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una habitación estrecha, de paredes blancas, sin decoración y con cortinas que no dejan ver el exterior encarcela a Viviane Amsalem. Durante cinco años, esta mujer israelí luchó por que un tribunal rabínico le concediera el divorcio de su marido, al que ya no quiere y al que abandonó en el hogar familiar. En casi dos horas de metraje, el espectador nunca va a escapar de esa sala -o la contigua de espera-, para sentir en sus propias carnes el agobio claustrofóbico de una sociedad moderna en la que el papel de la mujer aún se encuentra supeditado al del hombre. Si no existen motivos como el maltrato o el adulterio, la aceptación del divorcio recae en el marido. Y en este caso, él no está dispuesto a darle la libertad.
Los hermanos Shlomi y Ronit Elkabetz cierran con esta película una trilogía sobre la familia, el matrimonio y el rol que desempeñan las mujeres en Israel. Para mostrar su situación, introducen al público en un juicio y descartan cualquier aderezo que contamine su mensaje. No hay acompañamiento musical ni movimientos de cámara, y los planos fijos siempre representan la mirada de alguno de los protagonistas. No por ello los encuadres dejan de estar trabajados, pero el mayor esfuerzo se centró en la confección del guion y en dirigir a un pequeño reparto que sabe muy bien cuál es el objetivo: plasmar la realidad en una certera y dura crítica al modo de vida israelí. Sin posibilidad de matrimonios civiles, la mujer tiene que amoldarse a las decisiones del marido, quien, además, dicta cómo debe comportarse, con qué amistades se relaciona o la manera en la que cría a los hijos.
La trama antepone la desesperanza de Viviane, incapaz de entender que los jueces no valoren la incompatibilidad que sufre su matrimonio, con la testarudez de su esposo, que todavía la quiere y que desea que vuelva a casa. Sin embargo, los períodos de prueba que el tribunal aconseja a la mujer no surten efectos beneficiosos, y ella siempre acaba regresando a esa habitación para implorar los papeles del divorcio. Los testigos -vecinos y familiares- citados para exponer la vida conyugal describen al marido como un hombre recto, noble y temeroso de Dios, que otorgó a su mujer todo lo que necesitó, además de darle independencia y no obligarla a seguir la estricta senda religiosa por la que él transita. Pero Viviane busca afecto y comprensión, cualidades que no encuentra en su marido y por las que clama que su matrimonio es inviable.
Los dos directores caminan seguros cuando el drama empatiza con la tristeza de Viviane, pero zozobran al introducir reacciones absurdas que, por otro lado, potencian la denuncia contra un sistema que menosprecia a las mujeres. La austeridad estilística queda compensada por una narrativa que pormenoriza el interior de los personajes, sobre todo el de la protagonista, aunque corre el riesgo de acabar siendo repetitiva. No obstante, ahí es cuando gana enteros la crítica, ya que resulta inconcebible que tanto el marido como los jueces demuestren un grado de incomprensión tan exacerbado.
La propia Ronit se encarga asimismo de encarnar a Viviane y logra trasladar al público sus sentimientos de desamparo y angustia, sin forzar el carácter de su personaje. El único que le planta cara en ese escenario teatral que supone la sala del juzgado es Sasson Gabai, rabino y hermano del marido, al que trata de ayudar para que su matrimonio salga con vida del tribunal.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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