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Voto de Ceratosaurio_JP3:
7
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118.688
Drama
En un elitista y estricto colegio privado de Nueva Inglaterra, un grupo de alumnos descubrirá la poesía, el significado del "carpe diem" -aprovechar el momento- y la importancia vital de luchar por alcanzar los sueños, gracias al Sr. Keating, un excéntrico profesor que despierta sus mentes por medio de métodos poco convencionales. (FILMAFFINITY)
3 de febrero de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las características fundamentales del cine de la década de los 90 es la aparición de elementos de crítica social que poco a poco se volvieron comunes en casi todos los géneros.
Si bien podemos decir que “El club de los poetas muertos” no es propiamente una película de los 90, sí se puede considerar una clara precursora en su forma de hacer cine.
¿Dónde está la crítica social en esta película?
Para empezar en el ambiente que se respira. El director Peter Weir sitúa la acción en Welton, una prestigiosa academia de Nueva Inglaterra en la que la enseñanza se rige por valores tan estrictos como la disciplina, la obediencia ciega y la completa ausencia de criterio propio. Porque según estos rígidos principios, el individuo debe dejar de lado sus intereses personales en pos del interés común para la sociedad. El mensaje que aporta la película puede aplicarse más allá de la institución Welton, es una crítica muy fuerte al sistema educativo en general.
Esta crítica se reafirma especialmente con la aparición de John Keating, el nuevo profesor de literatura; un hombre que posee múltiples recursos para la enseñanza y va a poner todo su empeño en lograr que sus alumnos sientan curiosidad y pasión por lo que están aprendiendo más allá de verlo como un mero trámite para aprobar.
Su función en esta historia consiste en posicionar al espectador contra los estrictos sistemas de Welton y aliviar su experiencia al comprobar que un cambio positivo es posible.
Keating nos enseña que una pequeña rebelión puede ser la semilla de un gran cambio. Pero también nos enseña que aunque las rebeliones se basen en la esperanza, hay que hacerlas con cabeza y corazón.
Ya que si falta uno de esos elementos a la hora de cometer un acto de rebeldía, la desobediencia ciega tampoco conduce a nada.
Puntuación: 7,5 sobre 10.
Si bien podemos decir que “El club de los poetas muertos” no es propiamente una película de los 90, sí se puede considerar una clara precursora en su forma de hacer cine.
¿Dónde está la crítica social en esta película?
Para empezar en el ambiente que se respira. El director Peter Weir sitúa la acción en Welton, una prestigiosa academia de Nueva Inglaterra en la que la enseñanza se rige por valores tan estrictos como la disciplina, la obediencia ciega y la completa ausencia de criterio propio. Porque según estos rígidos principios, el individuo debe dejar de lado sus intereses personales en pos del interés común para la sociedad. El mensaje que aporta la película puede aplicarse más allá de la institución Welton, es una crítica muy fuerte al sistema educativo en general.
Esta crítica se reafirma especialmente con la aparición de John Keating, el nuevo profesor de literatura; un hombre que posee múltiples recursos para la enseñanza y va a poner todo su empeño en lograr que sus alumnos sientan curiosidad y pasión por lo que están aprendiendo más allá de verlo como un mero trámite para aprobar.
Su función en esta historia consiste en posicionar al espectador contra los estrictos sistemas de Welton y aliviar su experiencia al comprobar que un cambio positivo es posible.
Keating nos enseña que una pequeña rebelión puede ser la semilla de un gran cambio. Pero también nos enseña que aunque las rebeliones se basen en la esperanza, hay que hacerlas con cabeza y corazón.
Ya que si falta uno de esos elementos a la hora de cometer un acto de rebeldía, la desobediencia ciega tampoco conduce a nada.
Puntuación: 7,5 sobre 10.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Keating emplea la poesía como “Helena de Troya” para enseñar y educar.
Pues es bien sabido que existe una tendencia en el sistema educativo a transmitir únicamente conocimientos, y al igual que el señor Keating, me opongo rotundamente a creer en esta arcaica, pero lamentablemente popular idea.
Es cierto que los docentes no tienen ninguna obligación de ser especialmente amables o atentos con las inquietudes de sus alumnos, pero si lo son, los educandos se mostrarán mucho más dispuestos y atentos, ya que para lograr que la enseñanza sea productiva el vínculo entre el profesor y lo alumnos debe ser una relación que debe estar basada en el respeto. Esto no quiere decir que el profesor deba pasar por alto las faltas de alumnos, de hecho los alumnos deben recordar su posición; están allí para aprender.
Esta moraleja queda especialmente patente en aquella escena en la que el joven Charles Dalton se burla públicamente de la organización del instituto.
Lo más importante de todo ésto es que cuando Charles (O Nuwanda, como le gusta que le llamen) se encuentra con Keating después de este altercado, el profesor le enseña que el valor en sí es absurdo si no existe un razonamiento lógico que le respalde; las rebeliones se basan en la esperanza y es imprescindible ponerles corazón, pero deben hacerse esgrimiendo principalmente la razón y la lógica.
A pesar de todo lo que Keating aporta a sus alumnos, muchos de sus compañeros y superiores consideran “peligrosos” sus innovadores métodos, por esa razón necesitaban una oportunidad para despedirle, y no tardan en encontrarla cuando el joven Neill Perry se suicida por lo complicada que es su vida y la frustración que siente al no entenderse con su padre.
A diferencia de otras muchas películas, no existe un deus ex machina que salve a Keating de ser expulsado o que destituya al señor Nolan como rector de Welton.
Keating es despedido, sin embargo los grandes cambios empiezan con pequeños pasos, y aunque él no puede cambiar la estructura de todo un complejo sistema al que aún nos estamos enfrentando, sí puede lograr que algunos de sus alumnos le reclamen como su capitán, por haberles permitido ver más allá de los propios conocimientos que haya podido aportarles.
El mensaje final de la película es que necesitamos más profesores Keating para mejorar y cambiar la base de nuestro sistema. Aunque la obra no termine bien, Keating se siente satisfecho por haber hecho felices a sus alumnos y haberles enseñado a tener opinión propia y pensamiento crítico.
Ninguno de ellos es igual que antes de conocerse, y eso es lo que Keating expresa en el último plano con su sonrisa y su “Gracias, chicos, gracias”.
Pues es bien sabido que existe una tendencia en el sistema educativo a transmitir únicamente conocimientos, y al igual que el señor Keating, me opongo rotundamente a creer en esta arcaica, pero lamentablemente popular idea.
Es cierto que los docentes no tienen ninguna obligación de ser especialmente amables o atentos con las inquietudes de sus alumnos, pero si lo son, los educandos se mostrarán mucho más dispuestos y atentos, ya que para lograr que la enseñanza sea productiva el vínculo entre el profesor y lo alumnos debe ser una relación que debe estar basada en el respeto. Esto no quiere decir que el profesor deba pasar por alto las faltas de alumnos, de hecho los alumnos deben recordar su posición; están allí para aprender.
Esta moraleja queda especialmente patente en aquella escena en la que el joven Charles Dalton se burla públicamente de la organización del instituto.
Lo más importante de todo ésto es que cuando Charles (O Nuwanda, como le gusta que le llamen) se encuentra con Keating después de este altercado, el profesor le enseña que el valor en sí es absurdo si no existe un razonamiento lógico que le respalde; las rebeliones se basan en la esperanza y es imprescindible ponerles corazón, pero deben hacerse esgrimiendo principalmente la razón y la lógica.
A pesar de todo lo que Keating aporta a sus alumnos, muchos de sus compañeros y superiores consideran “peligrosos” sus innovadores métodos, por esa razón necesitaban una oportunidad para despedirle, y no tardan en encontrarla cuando el joven Neill Perry se suicida por lo complicada que es su vida y la frustración que siente al no entenderse con su padre.
A diferencia de otras muchas películas, no existe un deus ex machina que salve a Keating de ser expulsado o que destituya al señor Nolan como rector de Welton.
Keating es despedido, sin embargo los grandes cambios empiezan con pequeños pasos, y aunque él no puede cambiar la estructura de todo un complejo sistema al que aún nos estamos enfrentando, sí puede lograr que algunos de sus alumnos le reclamen como su capitán, por haberles permitido ver más allá de los propios conocimientos que haya podido aportarles.
El mensaje final de la película es que necesitamos más profesores Keating para mejorar y cambiar la base de nuestro sistema. Aunque la obra no termine bien, Keating se siente satisfecho por haber hecho felices a sus alumnos y haberles enseñado a tener opinión propia y pensamiento crítico.
Ninguno de ellos es igual que antes de conocerse, y eso es lo que Keating expresa en el último plano con su sonrisa y su “Gracias, chicos, gracias”.