Me fascinan los cuentos de hadas. De alguna manera, son las expresiones literarias más puras que existen, pues responden a la perfección a la función primordial de la literatura, que no es otra que ls de contar historias. Y en esas historias se plasman, a veces sin que ni siquiera sus autores se percaten, sus miedos, todos los miedos de la humanidad. En esos cuentos los fantasmas se develan, las sombras que nos acosan, nuestros miedos, toman nombre. Los cuentos de hadas, decía Chesterton, nos enseñan que podemos derrotar a los dragones.

Y por supuesto, los personajes son poco realistas. Pero, quién quiere ver los traumas que arrastra el lobo de caperucita roja? Pedirle profundidad a los personajes de un cuento de hadas supone obviar que esa no es su función. El lobo de caperucita solamente está allí para recordarnos nuestro miedo a ser devorados, a desaparecer, a la maldad que ocultan los extraños

El villano no tiene escrúpulos y los héroes son valientes, la niña es pura e inocente. Los buenos son buenos y los malos, extremádamente malos. Quién dijo que el lobo feroz necesitaba estar humanizado? Y Guillermo del Toro, que más que un maestro de la mente infantil, es un niño en la piel de un adulto, conoce los secretos de la infancia, y con un diseño artístico insuperable nos hacen volver a aquellos años confusos, al choque entre nuestra realidad interna y la realidad externa (y no sólo a los niños les ocurre eso)

La niña camina por el bosque, y aparece el sapo gigante, el laberinto y la llave dorada. El descubrimiento de los secretos del mundo adulto, la inocencia, la niña que prefiere ser reina en un país imaginario que ciudadana en una sociedad corrompida. Sí, quizás la valentía extrema de algunos personajes, quizás la maldad extrema de otros no exista en el mundo real. Quizás, en el mundo real, no siempre ganen los buenos. Demos gracias que aún nos quedan los cuentos de hadas.