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Voto de Skorpio:
7
7,0
39.105
Comedia
Un neoyorquino maduro y excéntrico (Larry David) decide abandonar su acomodada vida para llevar una existencia más bohemia. Su relación con una bella joven sureña (Evan Rachel Wood) desembocará en una serie de enredos familiares y sentimentales. (FILMAFFINITY)
10 de noviembre de 2009
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos aceptan sin más la afirmación de que Woody Allen hace siempre la misma película, que se plagia a sí mismo una y otra vez, pero lo cierto es que una mirada retrospectiva y medianamente analítica nos descubre que cada nueva película, cada año por estas fechas, nos aporta algo novedoso e inédito.
En este caso, para empezar, desde el primer momento rompe la cuarta pared de una forma nunca vista, apelando directamente al espectador, a la sala cinematográfica, de hecho, desde su protagonista previamente sumergido en una situación aparentemente rutinaria: cierto que, de alguna forma, no es novedad, pero nunca había sucedido de una manera tan inesperada, tajante, y, por supuesto, cómica.
Esta vez, el neoyorquino, lamentablemente retirado como actor, delega la recreación de la versión extrema de su personaje en su 'compatriota', el también cómico Larry David, que, sumándolo a sus propios fantasmas y fobias, ofrece unos niveles de hipocondría y misantropía más altos que nunca. Se trata de Boris Yellnikoff, un superdotado hombre de ciencia encerrado en sí mismo, hastiado del mundo y de la gente, con fallidos intentos de suicidio y serios problemas de insomnio.
Pronto entra en su vida, de casualidad, Melodie (Evan Rachel Wood), una joven sureña perdida en la Gran Manzana, a la que había viajado en busca de aventuras más emocionantes que las que le ofrecía su aburrido, monótono, conservador y profundamente religioso ambiente sureño. Y no las encuentra precisamente en las grandes avenidas o en las luces de neón, sino en el cuchitril de este neurótico que se despierta en plena noche, una sí otra también, pensando que se muere.
Boris hace de Melodie una especie de Pigmalión, la impregna de su filosofía científica y su pensamiento misántropo para enseñarla a sobrevivir en esa ciudad de locos. La atracción idólatra de la bella hacia la bestia comienza a ser progresivamente recíproca, y ese lobo estepario se encariña y le coge gusto a vivir de nuevo en pareja.
En este caso, para empezar, desde el primer momento rompe la cuarta pared de una forma nunca vista, apelando directamente al espectador, a la sala cinematográfica, de hecho, desde su protagonista previamente sumergido en una situación aparentemente rutinaria: cierto que, de alguna forma, no es novedad, pero nunca había sucedido de una manera tan inesperada, tajante, y, por supuesto, cómica.
Esta vez, el neoyorquino, lamentablemente retirado como actor, delega la recreación de la versión extrema de su personaje en su 'compatriota', el también cómico Larry David, que, sumándolo a sus propios fantasmas y fobias, ofrece unos niveles de hipocondría y misantropía más altos que nunca. Se trata de Boris Yellnikoff, un superdotado hombre de ciencia encerrado en sí mismo, hastiado del mundo y de la gente, con fallidos intentos de suicidio y serios problemas de insomnio.
Pronto entra en su vida, de casualidad, Melodie (Evan Rachel Wood), una joven sureña perdida en la Gran Manzana, a la que había viajado en busca de aventuras más emocionantes que las que le ofrecía su aburrido, monótono, conservador y profundamente religioso ambiente sureño. Y no las encuentra precisamente en las grandes avenidas o en las luces de neón, sino en el cuchitril de este neurótico que se despierta en plena noche, una sí otra también, pensando que se muere.
Boris hace de Melodie una especie de Pigmalión, la impregna de su filosofía científica y su pensamiento misántropo para enseñarla a sobrevivir en esa ciudad de locos. La atracción idólatra de la bella hacia la bestia comienza a ser progresivamente recíproca, y ese lobo estepario se encariña y le coge gusto a vivir de nuevo en pareja.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Los giros llegan con la aparición de la madre de Melodie (Patricia Clarkson) primero, y del padre (Ed Begley Jr.), después, gente de un carácter retrógrado, germen de la educación y posterior deseo de evasión de su hija. Pero lo gracioso es que, tanto uno como el otro, encuentran en la recargada atmósfera de la metrópolis la inspiración necesaria para desprenderse de sus arraigados valores conservadores y descubrirse realmente a sí mismos, con un resultado irremediablemente tronchante.
La llegada de éstos también afecta a Melodie, que, tras el férreo dominio de sus padres, primero, y el peculiar 'tutorial' de Boris, después, encuentra por fin su propia senda en la vida con un joven idealista y apasionado. Hasta al propio Boris le afectan estos cambios. Solo otra vez tras la 'emancipación' de Melodie, un repentino golpe (literalmente) del azar, que le hace topar con un nuevo amor tras el enésimo intento de suicidio por la ventana.
He ahí la cuestión: el azar, la casualidad, esa poderosa e indomable fuerza del universo que todo lo monta y desmonta, siendo capaz de imponerse a los principios, tanto de la religiosidad más acérrima, como de la racionalidad científica más avanzada y compleja.
El retorno de Woody Allen a Manhattan, a su Manhattan, no decepciona en absoluto, por mucho que el azar nos intente convencer de lo contrario. Si la cosa funciona, que funcionará, este viejo genio del 7º arte nos seguirá deleitando año tras año con unos alocados personajes y unas perlas de diálogos que no nos podemos perder.
P.D.: Acuérdense de cantar el cumpleaños feliz cada vez que se laven las manos, es útil para eliminar los gérmenes.
La llegada de éstos también afecta a Melodie, que, tras el férreo dominio de sus padres, primero, y el peculiar 'tutorial' de Boris, después, encuentra por fin su propia senda en la vida con un joven idealista y apasionado. Hasta al propio Boris le afectan estos cambios. Solo otra vez tras la 'emancipación' de Melodie, un repentino golpe (literalmente) del azar, que le hace topar con un nuevo amor tras el enésimo intento de suicidio por la ventana.
He ahí la cuestión: el azar, la casualidad, esa poderosa e indomable fuerza del universo que todo lo monta y desmonta, siendo capaz de imponerse a los principios, tanto de la religiosidad más acérrima, como de la racionalidad científica más avanzada y compleja.
El retorno de Woody Allen a Manhattan, a su Manhattan, no decepciona en absoluto, por mucho que el azar nos intente convencer de lo contrario. Si la cosa funciona, que funcionará, este viejo genio del 7º arte nos seguirá deleitando año tras año con unos alocados personajes y unas perlas de diálogos que no nos podemos perder.
P.D.: Acuérdense de cantar el cumpleaños feliz cada vez que se laven las manos, es útil para eliminar los gérmenes.