"La forma del agua" podría llamarse también "la forma del amor", y evoca la sentencia de Calderón de la Barca "que cuando el amor no es locura, no es amor". Es cierto: la película tiene un eje argumental poco original, y aunque resulta entretenida por momentos se hace previsible, abusa de los clichés y hasta le cuesta emocionar (¿qué es el cine que no emociona?). No obstante, sin ser una obra maestra la película es buena porque en una época dominada por la estilización de la violencia, explotación excesiva de los recursos digitales y sobrevaloración de la búsqueda individual de felicidad, estamos ante una pieza romántica, de hechura artesanal y donde la acción colectiva de los olvidados de siempre aparece como clave para enfrentar el poder establecido. En fin, no es poco.