Realizar una crítica de esta película desde el teclado de mi ordenador, requiere un autoconsciente ejercicio de mesura, para no caer en las farragosas arenas de la hipocresía. Al fin y al cabo, nos enfrentamos a un título que hace leña del árbol de las nuevas tecnologías y su incoporación radical y enfermiza a la vida cotidiana de la clase media de todo el globo. Un proceso de modernización que sorprende por la velocidad con que ha tenido lugar, y por el elevado y preocupante grado de dependencia que ha generado en nuestra sociedad.

Jason Reitman, parece querer retomar esos derroteros ácidos e irónicos con que deslumbró en "Gracias por dejar de fumar" adentrándose en los conflictos morales y generacionales generados por esa constante metamorfosis del hombre en un complemento de la máquina, en lugar de convertir la herramienta en una ayuda para el hombre; diferencia de la que se deriva toda la problemática y todas las implicaciones éticas de connotación negativa que se están produciendo por esta alienación global. Sin embargo, toda esa madera que esta preparada para arder con una buena chispa que la ayude en su combustión, se antoja mojada en las manos del vástago del también director Ivan Reitman.

Basándose en el mecanismo narrativo de las historias cruzadas, se nos plantea un film donde, a partir de un arranque estéticamente atractivo que consigue embaucarnos y sumergirnos en el relato, vamos descubriendo a los distintos personajes que poblarán esta fábula. Personajes cuyos puntos de partida, más allá de su sumisión a las tecnologías, comparten pocos más puntos en común. Un desequilibrio que ya de partida, desvincula al espectador de algunas historias. Las bases que sustentan las mismas, carecen de un tono común que ayude a la consistencia del relato: nos encontramos ante personajes excesivamente realistas, mezclados con otros excesivamente caricaturizados. Entiéndase aquí el término excesivo, en referencia a la falta de un elemento que los unifique en su concepción. Tampoco ayuda a esa falta de empatía, el trabajo de algunos de los intérpretes, como el excesivamente soso Adam Sandler, que buscando alejarse de sus últimos y bochornosos papeles, desaprovecha la oportunidad de demostrarnos algo que no es, con una interpretación carente de garra y fuerza, limitándose a pasear su semblante hastiado por la pantalla. Por suerte, existen otros papeles bien aprovechados, como el de J.K. Simmons, secundario de lujo siempre, o el de el joven Ansel Egort y Rosemarie DeWitt, ambos valores que aumenta la calidad de la película.

Una película cuyo punto de partida resulta interesante para la sociedad actual, pero que requería un poco más de valentía por parte de Jason Reitman, más preocupado por moralizar su fábula, que por hacer herida de una de la adicciones más globalizadas de nuestro tiempo. Sin embargo, y pese a todo, queda un título liviano y por momentos magnético en algunas de sus historias, que ayuda a mantener un interesante debate y reflexión sobre nuestras debilidades tras su visionado.