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Voto de Quatermain80:
9
Drama Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
12 de septiembre de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta célebre película, aparte de abordar, como acertadamente se ha escrito, la decepción vital de dos ancianos que asisten al final de sus días enfrentados a la ingratitud y el egoísmo de sus hijos, constituye una verdadera reflexión acerca del paso del tiempo, los cambios sociales y las transformaciones que fruto de los dos factores anteriores, experimenta la vida familiar.

Así, el tiempo nos es presentado como un agente destructor que no se detiene ante nada, adquiriendo de tal modo una connotación negativa, aunque inevitable; en efecto, el tiempo se convierte aquí en el vehículo de la tragedia íntima, familiar, pero es también el juez inflexible que determina el paso de lo viejo a lo nuevo.

Ese paso, es decir, el cambio propiamente dicho, tiene lugar en las personas y fuera de ellas, lo que le otorga una importancia histórica que hace que el filme adquiera interés como reflexión acerca de una sociedad en plena transformación. El viaje de los dos ancianos es, por tanto, un viaje entre dos tiempos, el viejo y el nuevo, y entre dos sociedades, la tradicional y la moderna; Ozu nos lo deja claro al contraponer, mediante sendos planos, la localidad donde viven los padres, Onomichi (casas tradicionales, un brazo de mar al fondo, vida rutinaria y tranquila), con Tokio (las chimeneas humeantes, símbolo de una modernidad industrial, mecánica y apresurada).

Por último, el marco en el que Ozu centra sus preocupaciones acerca del paso del tiempo y el cambio social, es la familia, una institución tradicional que se quiebra inevitablemente como respuesta a las exigencias que impone la vida moderna. En efecto, los hijos son egoístas, como egoísta es la sociedad en la que viven, y carecen de tiempo para dedicar a sus padres, convertidos en una molestia sobrevenida a las que ya incorpora su vida habitual, dominada por el trabajo.

Formalmente, y a diferencia de otros directores japoneses como Mizoguchi, Ozu prefiere un estilo marcado por los planos cortos y fijos, entre los cuales no hay ni fundidos ni encadenados, siendo el corte abrupto, sin transición alguna, ni siquiera al final de las secuencias. Tiende también a mantener la cámara baja e inmóvil (apenas hay un brevísimo travelling en la película, y tampoco recuerdo panorámicas), y sus encuadres muestran gran preocupación por la simetría y el orden, si bien se desprecia la profundidad de campo.

La brillantez del filme se debe a la universalidad de los temas tratados y a la original forma en la que Ozu nos los traslada, muy sugerente y con afán de trascendencia. Lejos de constituir preocupaciones pasajeras, toda su última filmografía versa sobre los mismos ejes que aquí ya se han sugerido: tiempo, cambio, familia. La vida, en definitiva.
Quatermain80
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