Los 39 escalones de Alfred Hitchcock, es una cinta de intriga y espionaje notablemente conseguida. Esta dirigida con un ritmo trepidante, y a la forma propia y particular del director, realizando una obra extraordinaria y asombrosa, y más aún para la época en que se rodó, con un resultado admirable y arrollador, que gustará a cualquier seguidor del genial director.
Las actuaciones, son convincentes e intachables. Con Robert Donat carismático y fascinador como principal, realizando una gran labor, y Madeleine Carroll realizando un digno papel remarcable e idóneo para la trama. Empleando unos diálogos ingeniosos, perspicaces y sutiles, por parte del simpático protagonista masculino. Y unos vestuarios y caracterizaciones elegantes y distinguidos, al igual que los decorados, siendo muy alusivos y apropiados.
El guion, obra de la esposa del director Alma Reville junto con Hubert Bath y Jack Beaver, es interesante y sustancioso para el espectador, y aunque es algo embrollado durante todo el film, intriga y enigma al público al antojo del director, y mantiene de forma remarcable el suspense hasta el final, donde todo queda bien atado con mucho acierto. Dedicando al film una narrativa afable, misteriosa y clásica, que gusta escuchar por ser impecable y sencilla.
Para finalizar, cabe resaltar tanto la fotografía, que aún siendo en blanco y negro, es bella y confortante con un gran uso de los claroscuros. Como la música, que utiliza con habilidad sonidos melódicos o alarmantes, según necesite cada momento la acción. Y unos planos y movimientos de cámara realizados con una enorme labor de detalles astutos y maravillosos.
En definitiva, la considero una obra indeleble e indispensable de la etapa británica del director, por ser entretenida y fantástica, y con auténticos toques irresistibles y soberbios, para los amantes del séptimo arte, y del buen cine clásico en general. Por estar bien escrita, dirigida e interpretada, hasta para los más exigentes cinéfilos y buscadores del suspense.