Un film, que aunque pueda no parecerlo, habla de energía. Sí, de energía. De los diferentes estados en los que esta se encuentra; del potencial que se adquiere cuando se está en las alturas y de cómo este se transforma en energía cinética a medida que se perpetra la caída; de la irrevocabilidad del impacto, y de cómo la fuerza adquirida por la gravedad del descenso hace de la recuperación un imposible. Del desorden: la consabida entropía, la magnitud que mide la parte de la energía que no puede utilizarse para producir un trabajo, no al menos en un sentido literal del término. Del desgaste por la fuerza de rozamiento con el medio, con la vida; la vida fricciona y chirría a cada paso y la energía destinada al cambio se reutiliza para el odio. Todos odian. El color, las creencias, el estatus; aún no han descubierto que se odian a sí mismos.