El cine español ha tenido buenos momentos, y para muestra un botón. Sin ser la mejor prueba de ello, como claman algunas críticas, sí podemos hablar de una película que trata de explorar nuevos terrenos y no perece en el intento. Posee una estructura (para mí lo mejor de la cinta) que parece querer dibujar realidades distintas, y que sin embargo terminan por confluir; desgrana poco a poco aspectos de la cotidianidad de un pueblo que se asfixia en sí mismo y en sus costumbres, y lo hace con sana ironía. Sí encuentro, y eso no me gusta, algún regusto a comedia española de la época; además el histrionismo de Rafaela Aparicio y Jesús franco (al que Dios me perdone, no soporto) termina por ser cargante y ridículo.