Es demasiado curioso que una película de animación haya podido ganar un Globo de Oro a la categoría de mejor película de habla no inglesa y estar nominada al Oscar en esa misma categoría cuando otro peso pesado como “Persépolis” no llegó tan lejos. “Vals con Bashir” tal vez tenga el mérito de ser realmente un documental como documento y encontrar el refugio de la animación como parte del recuerdo escondido. La tragedia se hace real y deja de estar animada cuando, al final, todas las piezas se colocan en su sitio.
Una pesadilla, perros asediadores contados uno a uno y una misión del ejército israelí a principios de los ochenta en plena guerra con el Líbano. Y así se llega a la metáfora del olvido como modo de sobrevivir, de reescribirse a sí mismo una historia mediante la elipsis para desatarse de un pasado demasiado minado y explosivo.

Ari Folman ganó un premio al mejor documental del año por contar de forma absurda la experiencia de los seres queridos que le rodeaban ante los ataques de los misiles iraquíes en la Guerra del Golfo. Puede que así uno entienda el lado cómico del absurdo de la violencia. El propio director parece que quiera dejar un legado a sus descendientes para que jamás se unan a una guerra. Como si todo formase parte de una terapia para hacer que flotasen los recuerdos enterrados del propio cineasta. No se engañen porque vean dibujos animados porque en “Vals con Bashir” muchos testimonios y personajes son reales aunque no aparezcan con sus auténticos nombres. Es simple forma de poder contar la tragedia desde la perspectiva de la pesadilla.

Las matanzas movidas por la religión y la permisividad del poder armado frente al auto-borrado de memoria como mentira moral son un potente material que el director rentabiliza con un discurso para nada doctrinador. Y mucho menos americanizado por el glamour y los vientos de gloria y victoria. “Vals con Bashir” parece hablarnos de antihéroes y de una antibelicismo como recordatorio de infiernos pasados y continuos y palpables en nuestro presente.