Estaba yo vestido impecablemente para la ocasión: con mi chupa de antílope tibetano, mis zapatos a juego y unos pantalones muy conjuntados. Saboreaba una enorme Big Mac de carne del mencionado mamífero con sobredosis de ketchup de garrafa, ya que han aumentado la seguridad en los establecimientos universales de comida basura para evitar que ciertos indeseables como un servidor birlen sin piedad esos útiles sobrecitos del néctar de finales del siglo XX y principios de este. Encendí mi reproductor con mis dedos grasientos (que el antílope pierde aceite que da gusto) y me dispuse a ver "La patrulla de la montaña".

Pues eso, que Chuan Lu realiza un retrato veraz de unos desgraciados en vida (y triunfadores en espíritu) que se juegan el cuello malviviendo para capturar (con vida) a unos cazadores furtivos y proteger Kekexili.
Lo siento por aquellos a lo que les ha parecido una maravilla, pero me la sabía entera a los quince minutos y supuse por dónde y cómo iban a ir "los tiros" de este retrato de la supervivencia y sacrificio. No me equivoque ni en los títulos de crédito finales con el mensaje informativo con moralina y datos que convierte en simplemente agridulce su duro final sin concesiones.

Aparte de su buena factura técnica me ha sorprendido dos cosas especialmente: la primera es el discurso y conflicto moral de esos “protectores” que deben convertirse en “delincuentes” para poder continuar realizando su trabajo social y ecológico no remunerado. Chuan Lu sale del aprieto como puede para evitar que el espectador los condene también, aunque si cambiamos los antílopes por coca, por ejemplo, ya veríamos.
Lo segundo, que es lo que me ha parecido más interesante, es la manera con la que Chuan Lu ha filmado desde la distancia o el silencio las secuencias más sombrías y duras y de cómo las ha impregnado de cierta mala hostia con fines maniqueos o brutales, véase el comentario que hace al final el jefe de los maleantes.

En el spoiler comento una secuencia que me ha parecido antológica y de humor despiadado y negro sin límites. Por culpa de la misma, puse perdido todo el suelo de carne de antílope y ketchup por el ataque de risa histérica que me entró.