Ya sabía yo que el amigo Denis Villeneuve con Ryan Gosling de prota iban a hacer un señor estropicio insustancial y de larga duración.

Como ocurre muy a menudo en el cine de hoy, se pone mucha y ciega fe en los planos y el musicón oportunos, y eso puede valer muy bien para divertir e impresionar fugazmente como los fuegos artificiales, quizás para un anuncio de dos minutos, pero no para la continuación de una historia como fue 'Blade Runner' de R. Scott.

Si algo hay en Blade Runner (1982) es una atmósfera tan minuciosamente elaborada que se puede palpar con los dedos; es una película tan artística sutil y a la vez densa que puedes obtener de ella detalles en cada visionado, una voz tenue una expresión matizada un plano inapreciado, cada vez. Comparar la tensión sexual entre Harrison Ford y Sean Young con los imnumerables planos de morritos, gestos y palabras de amor adolescente de Ryan Gosling y Ana de Armas resulta ridículo, o la compleja interpretación de Rutger Hauer frente a la maldad de peli de terror juvenil de Sylvia Hoeks, ¡Ah! y el alabado Jared Leto que es una especie de Dr.Tyrrell dando discursos apocalípticos a mitad de camino entre 'Independence Day' y 'Juego de Tronos'.

Blade Runner 2049 no es una obra de arte, ni siquiera es gran cine, es un batiburrillo manido, emperifollado y trivial como tantas otras pelis de ciencia ficción, con planos de coches volando, moda futurista, pelos de colores, hologramas electrónicos y el omnipresente hierático, chato e horizontal Ryan Gosling; son demasiadas escenas que intentan copiar como haría un pintamonas la obra original de un artista. Un bodrio.