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Voto de Alan Smithee:
9
Fantástico Sandra relata una extraña experiencia con el amor, un amor de juventud, que le fue ofrecido por el espectro del cine, quién se va apoderando de ella y de sus sentimientos, haciéndola partícipe de las emociones que lo constituyen, emanando desde las imágenes una belleza sobrenatural que se apoderan lentamente de la realidad en la que cree vivir.
18 de diciembre de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los sueños todo es posible.

En el cine ocurre lo mismo, sobre todo en sus primeros años, cuando alguien se dio cuenta de que aquella atracción de feria que te proporcionaba ilusión a cambio de una moneda podía aportar mucho más que eso. Porque, además, el público enseguida se volvió exigente: la ilusión previsible ya no era suficiente; pedía historia elaboradas, que encadenaran otras historias y personajes inolvidables destinados a ser recordados ya vivir para siempre.

El arte nos permite explorar los sueños y, más increíble, nos permite vivirlos y revivirlos. Gracias al arte podemos volver al pasado y tener una conversación con Théophile Gautier sobre una historia avanzada en su tiempo. Podemos encontrarnos con Chaplin y compartir con él una nueva (a la vez vieja) escena mítica. Podemos visitar mundos diferentes, hablar varias lenguas en una misma conversación... de hecho, ¿no son todas las conversaciones la misma? La magia del cine y el montaje nos permite concentrar todo un día (e incluso toda una vida) en una escena de unos minutos. Podemos cantar, bailar, soñar... Y después despertar y descubrir que la realidad parece mucho más irreal que los sueños. Las escenas cotidianas, las vacaciones, los paseos, un desayuno en la terraza, una cerveza, una conversación telefónica, un trabajo anodino en un museo... Todo esto parece mucho más ajeno a nosotros que la última película que me visto o el libro que tenemos en nuestras manos.

Entonces es la realidad la que se convierte en sueño. La informadora del museo es una actriz interpretando un papel; alguien a quien peinan y preparen para representar a su personaje: ella misma. Cuando va al cine, a ver una película clásica que no podemos dejar de ver una y otra vez, el resto de los espectadores son estatuas, siluetas inmóviles, fantasmas, atrezzo más que extras... Y la actriz que vemos en la pantalla, en cambio, se mueve, nos mira, está viva; todo para nosotros.

En los sueños todo es posible.
Alan Smithee
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