Acelerada, caótica, vertiginosa, inverosímil, trepidante, tensa, compleja y de estilo documental. Todos estos calificativos son idóneos para describir la última película de la trilogía de Jason Bourne, en mi opinión, la mejor de la serie. Porque un sicario amnésico de la CIA inicialmente acompañado de una gitana y luego (casi) sólo busca descubrir quién es y descubrir cómo se convirtió en lo que es hoy, y más aun, la forma cómo lo hace, es propia de un filme hollywoodense. Sólo que el británico Paul Greengrass, luego de la notable Vuelo 93, la filma imponiendo su personal estilo, con realismo, capturando el interés de los espectadores y haciendo que presten atención a cada escena, personaje, diálogo y locación, aunque a veces no tengan lógica algunas escenas o se abuse de la cámara al hombro.
Algo curioso es que James Bond, el agente 007 impresionó en los 60 y ahora es un chancay de a 20 frente a la complejidad de la historia de Bourne, que con sólo 3 películas ya se ganó su preferencia por parte de algunos cinéfilos. Ello debido a que las últimas películas de 007 son fantasiosas o tienen tramas simplistas que hacen que se quede chica la serie fílmica. Si no, basta escuchar los comentarios de los aficionados.