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España España · Donostia
Voto de Jmpg2012:
9
Drama Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
31 de agosto de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juan Cobos decía que era significativo que en dos años coincidiesen en cartelera tres películas con el mismo tema: el desamparo de los ancianos en el contexto de la posguerra. Un año antes de Cuentos de Tokio -en 1952- se estrenaba Ikiru de Akira Kurosawa y Umberto D de Vittorio De Sica. Las tres películas narran la desaparición de la familia extensa, aquella en la que conviven todas las generaciones, que da paso a la familia nuclear, que solo consta del matrimonio e hijos. La incorporación forzosa de las mujeres durante la II Guerra Mundial al entorno laboral, y la emigración a las capitales en busca de trabajo especializado, dejaba atrás un mundo en el que la presencia de los abuelos en las familias era algo habitual para convertirlos en un estorbo distante y más o menos entrañable.
Con esa dramaturgia oriental que tan distante se nos hace a los que nos hemos criado en el cine convencional, Ozu narra con maestría el periplo de un matrimonio desde su ciudad natal a la casa de sus tres hijos y su nuera. Aunque la película no es maniquea, no subraya a los hijos como egoístas o crueles, el viaje sirve sobre todo para destacar su inmensa soledad.
Empecé a verla asombrado por el estatismo de la cámara, situada prácticamente siempre a ras de suelo, los saltos de eje constantes, que serían errores en otro contexto, los planos y contraplanos mirando a cámara, los insertos de un Tokio industrial y en construcción, las casas claustrofóbicas y la ausencia de estructura dramática al estilo occidental. Está uno como invitado a la vida átona de una familia. Pero, poco a poco, la emoción va en crescendo, y uno ya no se preocupa de la morosa gramática audiovisual y narrativa, y acepta el universo Ozu calado hasta el tuétano de ese fragmento de vida descarnada expuesto con mimo a nuestra mirada.
Jmpg2012
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