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España España · Valencia
Voto de Talladal:
8
Aventuras. Drama. Thriller Cuatro amigos que viven en la ciudad deciden pasar un fin de semana en los Montes Apalaches, lejos de sus familias y los problemas de la oficina. Quieren bajar en canoa un río que atraviesa un bosque que pronto será inundado para la construcción de una presa. Todo parece ir bien pero, tras una jornada placentera, el encuentro con los locales convierte la excursión en una angustiosa pesadilla. (FILMAFFINITY)
10 de enero de 2010
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ufanos de pertenecer al Primer Mundo, de ser sofisticados y cultos, de disponer de una legión de artefactos tecnológicos que nos tornan la vida más fácil, de ser ricos y estar a salvo de cualquier intemperie. La civilización es nuestro paraíso. Pero este paraíso es ilusorio e inestable porque las implacables y poderosas fuerzas telúricas son el cercano extranjero que circunda nuestro ilusorio bastión de civilización. Estamos sitiados y no nos queremos dar cuenta de ello. Pertenecemos a una cultura enferma que se refugia en la torre de marfil de una falsa seguridad de que el complejo, y por ello endeble, edificio de la civilización no se puede venir abajo. ¿Cómo sobreviviría el anestesiado urbanita a la hostilidad de la naturaleza en estado puro? ¿Somos lo suficientemente aptos para la vida si se produjera un retorno forzoso al Paleolítico? ¿Y si estamos solos en medio del bosque y todos los que nos rodean, hombres y lobos, son lobos?
La naturaleza es el bellísimo y terrible templo donde imperan ciegos instintos ajenos a la moralidad. Es el reino de la promiscuidad de la carnicería y la generación profusa de vida. Donde todos se comen a todos y donde todos se afanan por afirmar su voluntad de vida que es voluntad de poder. Enfrentado a tal vastedad cósmica el insignificante ser humano debe emplear la ilusión de una razón sobrevalorada con el lastre de una moralidad peor adaptada que el instinto para la lucha por su existencia. Nuestra razón es, pues, simultáneamente nuestra fuerza y nuestra condena. Al matar nos sentimos culpables. Pero necesitamos matar para sobrevivir. Y el enfermo urbanita ya no se acuerda de ello o ni siquiera quiere acordarse. De ahí el interminable catálogo de patologías mentales que se resgistran en nuestros civilizados tiempos.

Con muy pocos recursos -un esplendoroso paisaje natural y unos enemigos que previamente han sido desnaturalizados para eliminar los escrúpulos morales- se fragua esta joya épica que induce eficazmente a la inquietud.
Talladal
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