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España España · Valencia
Voto de Talladal:
7
Drama. Intriga. Cine negro Richard Harland (Cornel Wilde), un joven escritor, conoce en un tren a Ellen Berent (Gene Tierney), una bellísima mujer con la que se casa pocos días después. La vida parece sonreírles, pero Ellen es tan posesiva y sus celos son tan enfermizos que no está dispuesta a compartir a Richard con nadie; tanto amigos como familiares representan para ella una amenaza de la que intentará librarse, provocando la desgracia de quienes les rodean. (FILMAFFINITY) [+]
17 de marzo de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunas formas de amor constituyen una patología psíquica que forja una moralidad propia. El amor romántico, hegemónico todavía en nuestros tiempos, es llevado aquí a sus últimas consecuencias y, como todo lo extremado, muestra su naturaleza enfermiza y cruel. ¿Acaso no dispone ya de estas cualidades, si bien de forma atenuada, en sus manifestaciones ordinarias? Ya advertimos algo envenenado en el "El lado oculto de la luna", nombre con una funesta premonición, cuando una hierática amazona Gene Terney, dominadora Electra, vierte las cenizas de su progenitor ante una apabullante naturaleza, símbolo quizá del desafuero de las pasiones que estallarán en la película. Seguidamente, un Nocturno de Chopin nos redondeará unas escenas que quedan para el recuerdo del buen cine. Luego, la obsesión erótica edificará el melodrama con todos sus actios y reactios sentimentales. No podía echarse en falta un juicio que ponga las cosas en su sitio, que tanta moralidad alternativa puede hacerle volar al imaginación a alguno, que estamos en los cuarenta y se acaba de librar una guerra en favor del Bien.

La obra apunta una sombra de inquietud en las intocables relaciones conyugales. Los 50 y, sobre todo, los iconoclastas 60 se encargarán de demoler definitivamente la institución: La linda muñequita mujercita de su casa abandona los clichés y se transforma en una mantis religiosa ansiosa de amor. Una metáfora innovadora para unos conservadores 40.

Entre Giene Terney y Jeanne Crain, difícil elección, me quedo con esta última, más que nada por el yuyu que da la primera. Qué pena que pase el tiempo.
Talladal
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