El cine japonés nunca suele defraudar. Lenta, pausada y dramática, así describiría la película de Naomi Kawase. En esta ocasión trata el tema de la vejez y la deuda que tenemos con todos aquellos que ya se han ido. Más allá de sentimentalismos baratos, muestra la relación de una cuidadora en una residencia de ancianos en un lugar apacible lejos de toda civilización, con un anciano al que el tiempo parece haberle hecho mella en la cabeza. La perfecta interpretación de los dos protagonistas principales y el juego de cámara hace que de la sensación de que en ningún momento asistamos a una película, lejana y distante al espectador, sino que logra hacernos partícipes del melodrama para que intentemos comprenderlos mejor, ponernos en su piel.