Al revés que esas películas tan vívidas y creíbles que necesitan avisar aquello de que “todo parecido con la realidad es mera coincidencia”, hay otras que para ganar crédito recurren a advertir que están basadas en hechos reales, y en aval de la veracidad del argumento insertan rótulos para informar de la muerte de tal personaje tantos años después, de la condena que pagó tal otro en tal presidio, de la forma en que un tercero rehizo su vida y contrajo matrimonio o se licenció en la universidad…

Pero por mucho que la publicidad de “Relaciones íntimas” insista en ese cliché de “basada en hechos reales”, su estupidez narrativa la vuelve totalmente inverosímil.
Lo único patente en la tontería monótona de los personajes es que representan fielmente la tontería de su/s autor/es. Son movidos de una escena imposible a otra (¡la madre con el inquilino en la cama donde a la vez duerme con un ojo abierto la hija adolescente, pared con pared con el dormitorio del padre, pero todo como si estuvieran tomando entre bostezos el té de las cinco!) igual que peleles sin coeficiente, idiotas involuntarios.

El espectador llega a verse oprimido por un sentimiento de injusticia al verlos haciendo a todas horas el panoli juntos y por separado; es decir, al ver a los personajes diseñados según lo que podríamos denominar REALISMO IMBÉCIL. Pero también al ver a esos actores, por supuesto capaces de encarnar a personajes normales, estampar una mancha en su currículum profesional.

Es posible que alguna vez en alguna parte del mundo real sucedieran hechos estructuralmente parecidos a los del argumento de este film. Lo imposible, sin duda, es que sucediesen de la forma anodina, apática, insustancial, estólida, papanatas y, en definitiva, imbécil en que esta película pretende recrearlos.