Quien conozca el oeste de Irlanda amará esta película; y quien no lo conozca aún, deseará conocerlo tras verla, aunque buena parte del encanto es puro cine, sin localidad.
Ford canta a la tierra de sus antepasados, con tan poderoso aliento que los actores son llevados en volandas a un rendimiento perfecto, en especial el diminuto Fitzgerald, que alcanza registros inverosímiles.
El protagonista (Wayne, muy comedido) regresa a Inishfree desde América, envuelto en el misterio de un suceso sombrío, y sin proponérselo pone la comarca patas arriba. Cuando pretende a una pelirroja local (O'Hara llena de genio), ya tienen de qué ocuparse las solteronas, los curas, los caciques, los aplicados parroquianos de los pubs...
Un acontecimiento "homérico" empieza a fraguarse, en muy animada progresión narrativa, hasta el culminante ajuste de cuentas.
La banda sonora funciona a ratos como una llamada totémica a la que el espectador no puede resistirse: acaba metido en la película, como un extra más.
Película que se puede disfrutar a lo largo de los años: tiene escenas memorables de sobra.