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Voto de Archilupo:
8
Drama En Ciudad de México, un fatal accidente automovilístico afecta trágicamente a tres personas. Octavio, un adolescente, decide escaparse con Susana, la esposa de su hermano; el Cofí, su perro, se convierte en el instrumento para conseguir el dinero necesario para la fuga. Al mismo tiempo, Daniel, un hombre maduro deja a su esposa y a sus hijos para irse a vivir con Valeria, una hermosa modelo. El mismo día en que celebran su nueva vida, ... [+]
7 de noviembre de 2008
78 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su primera película, González Iñárritu usa la fórmula que también usará en las otras, “21 gramos” y “Babel”: un tríptico de historias entrelazadas.

El nudo de las historias es en “Amores perros” un accidente de tráfico, una colisión de automóviles que pone bruscamente en contacto tres vidas: el chaval que, echando a su rottweiler a pelear, junta dinero para huir con su cuñada; la modelo que empieza a vivir en un piso lujoso con su amante recién divorciado; el vagabundo armado que, por una vía siniestra, trata de redimir su rota vida familiar.

El chaval (Gael Gª Bernal, brillante) convierte en razón de vivir quitarle la mujer a su agresivo hermano.
La modelo (Goya Toledo, muy seria) disfruta un apartamento en planta alta que bajo el parquet incluye una siniestra e incomprensible cámara.
Chivo, el vagabundo (Emilio Echevarría, abrumador), se mueve en un escalofriante barranco moral.

La narración volverá una y otra vez al accidente. Lo presentará desde ángulos variados, con distintas síntesis de los hechos y diferente sonido. Cada vez emprenderá ramificaciones desde la crucial colisión, adentrándose por los hilos vitales de los implicados, a través de grandes escalones sociales separados por el dinero, el poder y el estatus.

Los personajes aparecen en distintos grados de presencia. Cuando permanecen en segundo plano narrativo, están en álbumes de fotos, imágenes de TV, carteles publicitarios, como nombres en el periódico o como voces telefónicas. El devenir del relato irá entrando más o menos a fondo en la historia de cada uno.

Los diálogos son sumamente escuetos; a menudo, más significativos como simple sonido: gritos y murmullos en argot para jalear la acción, nerviosa.
La estructura fragmentada mantiene fuerte cohesión gracias a la áspera y trabajada fotografía de Rodrigo Prieto, al poderoso estilo y a la enérgica corriente de violencia que en todo momento circula como un torrente eléctrico por la jungla urbana, sirviendo de aglutinante.

La suerte cruel de los perros, presentes en cada episodio, ilustra la de los destinos humanos.
(Al ver las crudas peleas organizadas por apuestas, es un alivio recordar el aviso de que están trucadas y no son reales. Porque lo parecen.)
Archilupo
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