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Voto de Archilupo:
7
Drama Frankie Machine, un hombre con talento musical, sale de la cárcel y, además, consigue dejar la heroína. Su principal problema será encontrar un medio de vida honrado y evitar las drogas y el juego. (FILMAFFINITY)
1 de diciembre de 2010
25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para menoscabar la categoría artística de Preminger, Cukor decía de él que era “un hombre de negocios muy hábil y perspicaz”.

Preminger creó en 1953 una productora para, además de dirigir sus películas, sacarlas adelante. Prueba de su independencia es que cuando filmó “El hombre del brazo de oro” se saltó el Código Hays, censura sobre temas como el adulterio, las axilas pilosas o el ombligo. También las drogas, lacra asociada a las escabrosas cloacas de la sociedad.
Al contar la historia del heroinómano Frankie Machine, quien regresa al barrio de Chicago tras una rehabilitación, Preminger aplica un enfoque muy distinto del oficial: presenta la adicción como proceso patológico derivado de la debilidad de carácter y de la presión de factores ambientales.
El ‘junkie’ se hace, viene a decir, y en gran parte lo hace la sociedad.

Frankie vuelve a ese barrio de callejones con bares y viviendas como corralas y quiere ser un hombre nuevo: ya no el jugador con increíble mano para el póker (de ahí su apodo, brazo de oro sobre todo para el organizador de timbas) sino batería de conjunto musical. Durante la rehabilitación ha aprendido y practicado. Su brazo de oro bien puede valer para sacar ritmos de los tambores, piensa. Pero el impune camello del barrio, el de los chalecos de petimetre y la astucia sibilina, también piensa en ese brazo: que tiene venas, acceso directo al torrente sanguíneo, lo que lo convierte para él en filón. Zosh, la esposa posesiva, piensa que ese brazo de oro es sólo para caricias a ella debidas por ese accidente del que le culpa cada cinco minutos.
El campo de fuerzas donde Frankie intentará renacer como batería lo completan el amigo, tan leal como corto de luces, y la camarera (Kim Novak), amiga compasiva pero no sumisa.

En el desarrollo de la historia Preminger pone en juego su experiencia teatral y cuaja una puesta en escena magnífica, aprovechando con travellings aéreos y largos planos-secuencia los decorados, de donde la acción no sale, y logrando compacta unidad dramática.
Contribuyen tanto la convincente interpretación de Sinatra, que da bien todos los registros de su personaje, expuesto a oscilaciones límite, como la presencia enérgica de Kim Novak, mucho más que un rostro atractivo.

La narración, que de dichos elementos hace un manejo ágil e interesante, moviendo a buen ritmo los dilemas de los personajes, acusa en el desenlace algunas simplificaciones, tal vez porque en realidad lo prioritario para Preminger era mostrar lo hasta entonces inédito en pantalla: la crudeza de los síndromes, la inexorable fisicidad de la dependencia, o la figura vil del traficante, para quien el adicto es una mercancía con brazos.

Y si Preminger pudo hacerlo, aunque a Cukor pareciera fastidiarle, fue por su probada independencia y porque tuvo el arrojo de saltarse la censura.
Y de jugarse su dinero en un proyecto en el que creía.
Archilupo
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