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Voto de Archilupo:
7
Thriller. Drama En 1980, en la frontera de Texas, cerca de río Grande, Llewelyn Moss (Josh Brolin), un cazador de antílopes, descubre a unos hombres acribillados a balazos, un cargamento de heroína y dos millones de dólares en efectivo. (FILMAFFINITY)
12 de marzo de 2009
31 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
El asesino se escapa a los cinco minutos. Dibujado en el linóleo, el baile agónico de un policía. En la frente de un conductor que viajaba por allí, un agujero.

Con peinado de paje y andares de autómata, con el hieratismo de un Hércules gélida y profundamente cabreado, lleva la bombona abrepuertas, la especie de minibazooka, el detector acústico con que detecta a la presa. El Anton Chigurh creado por Javier Bardem es un psicópata de pesadilla. Anda suelto por un terroso reino de parajes desiertos donde el viento silba muy largo. El sheriff de ese reino (Tommy Lee Jones), veterano y flemático, evoca nostálgicamente el estilo de los agentes predecesores. Qué bien se las arreglaban… El crimen tenía algo medio doméstico. Hasta se podía patrullar sin armas. ¡No como ahora, con estos criminales incontrolables y sus narconegocios multimillonarios!

Un cazador de rifle (Josh Brolin) sigue un rastro extraño y encuentra el escenario de una matanza fresca y, allí mismo, un irresistible maletín de billetes grandes. A partir de ese momento entra en la siniestra órbita del psicópata. Y no es que faltase tensión a la película. En el minuto 8 los cadáveres superan ya la media docena. Exceptuando el depresivo monólogo inicial del sheriff, la tensión instaurada desde el principio por la presencia de Chigurh, que transpira homicidio con sólo hablar al empleado de la gasolinera, raya el límite. Y se sostiene ahí, sin aflojar. Desde la angustiosa persecución del perro de presa, río abajo por un rápido, la caza humana se alarga y alarga. El efecto de saturación no tarda, y la persecución del fugitivo empieza generar indiferencia.

Chigurh, depredador obstinado, siembra mortandad mientras por moteles y callejones tenebrosos acecha a su víctima sin perder el rastro, como Mitchum en “La noche del cazador”. Se cree omnipotente, a sus anchas: juega a cara-o-cruz la vida de los desconocidos con que se encuentra. La policía, a distancia, se muestra lenta e inoperante.
Como por goteo, más heridas y sangre a cada minuto, el maletín por medio.

Aunque en medio de la rutina de tiroteos y muertes hay picos de tensión (unos pasos en el hotel, una sombra en la rendija de la puerta, las pulsaciones son timbales), la reiteración de situaciones de acecho y balacera va apagando el interés: deviene sucesión de anécdotas violentas muy bien filmadas. Y aún baja otro poco cuando el sheriff se entrega a soliloquios estoicos, pasajes que dejan demasiado patente su origen literario. Personajes lacónicos largan de pronto parrafadas: reflexiones crepusculares y sueños premonitorios poco funcionales en un film que al mismo tiempo quiere ser de acción seca, brutal y, a ratos, con un impávido Bardem genialmente convertido en hermano infernal y cuadrado de Buster Keaton, meter terror en el cuerpo.
Archilupo
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