Esta mañana me he despertado muy temprano y no he podido volver a conciliar el sueño. Sobre las 7.30, ya totalmente despejado, se me ha ocurrido que era el momento perfecto para enfrentarme a la famosa película de Terrence Malick que ha suscitado toneladas de tinta y críticas completamente opuestas y para la que aguardaba que llegase su momento ideal. Parto de la base de que sabía más o menos lo que iba a encontrarme, es decir, no iba a ciegas, como ocurrió a muchos cuando fue su estreno y aunque acepto que en la mayoría de las ocasiones pueda ser mejor no saber nada del argumento antes de visualizar algo, no siempre es así y aquí tenemos un claro ejemplo.

Presioné el play en el mando, me acomodé en la oscuridad y hasta dos horas y cuarto más tarde no volví a la realidad. ¿Resultado? Pues me resulta difícil expresarlo. Pienso que se trata de cine de otra dimensión, entiendo y me encanta la crítica de Pablo Kurt, sobre todo cuando habla de un extraordinario poema sinfónico y hace hincapié en recalcar su lejanía de un mundo imperado por el cine comercial. Pensémoslo bien, si damos un vuelco hacia el terreno de la literatura, la novela no deja de ser una rama más de otro árbol que cuenta con otros muchos brazos, tan buenos, dignos o importantes y lo mismo ocurre con la música. Lo singular de todo es que no conozco un lugar público en estas otras disciplinas, en el que uno acceda a degustar una audición o un recital literario que no esté marcado desde un principio, o más bien, nadie accede a ellos sin una idea clara de lo que va a escuchar. En el cine sí. Mucha gente va a ver la última de Brad Pitt sin preocuparse de lo que trate la peli e incluso alguno compra la entrada a ciegas, para añadirle la salsa de la incertidumbre al plato que va a degustar. Y por ello esta vez ha habido demasiadas quejas, no porque Brad Pitt haga una mala interpretación (cuestión casi imposible) ni porque Sean Penn se haya quejado de apenas aparecer en el metraje tras habérsele grabado muchos más minutos (no es su problema si finalmente Malick decide eliminarle secuencias, sus razones tendrá y él ha cobrado igualmente por su trabajo) sino porque no estaban preparados para aceptar una obra de estas características, de hecho, ¿cuando se nos prepara para ello, en una sociedad que lo único que fomenta es el consumo de lo fácil y lo rápido por encima de todo, sin concedernos ni un mínimo lapsus para meditar sobre nada?. No, pocos estaban listos para procesar este fabuloso aluvión de metafísica en imágenes cargadas de perfección y conseguir mantener el hilo de procesamiento sin ceder a la comodidad del desencanto.

Sin embargo, no por ello se convierte el tocho de Malick en una joya excelsa, inmune a la deficiencia o al error. De hecho, la antítesis de su virtud como singular y extraño poema voluptuoso que no juega con las mismas reglas que el resto de participantes, es precisamente su desmesura, su alargado solo de grandilocuencia y ese siempre venenoso olor a misticismo que suele rodear profundismos de esta especie. Ahí se encuentra su talón de Aquiles, su más aciago defecto, una extremadamente alargada agonía explicada bajo los mismos lumínicos prismas celestiales recurrentes, que finalmente me dejan ubicado en una grisácea nebulosa de decepción. He aceptado gustoso el reto, hasta lo he disfrutado en muchos momentos y sin embargo, no estoy todavía muy seguro de que, aun solo por su hermosura, haya merecido la pena.