Recuerdo cuando creía que podía cambiar el mundo. La sangre caliente, plagado de ilusión, ingenuidad a raudales y el firme convencimiento de que uno a uno ganaríamos sin duda la batalla y conseguiríamos que el ser humano no tuviese, necesariamente, que sentir vergüenza de sí mismo. Pero poco a poco el tiempo nos va haciendo prácticos, las ilusiones se van desvaneciendo y paulatinamente nos vamos cansando de levantarnos y de frotarnos los moratones de los golpes y caídas que inexorablemente, hemos ido acumulando incluso en nuestra conciencia. Y llega un momento en el que te escuchas, sorprendido, aterrado, respondiendo al conocido de turno ante su tópica pregunta:

- Sobrevivo.

Y ese día comienzas a darte cuenta de que nada va a cambiar, de que te has pasado toda la vida dando cabezazos a un muro irrompible, desperdiciando lo mejor de tí en un sueño absurdo e irrealizable, en el que ni el viaje mereció la pena ¿Para qué autoengañarte?. Y a partir de entonces, te das de bruces con la amargura, tu lengua comienza a saber agria y pastosa demasiado a menudo y casi sin darte cuenta vas perdiendo las ganas de caminar, de hablar, de escuchar. Es así de sencillo, poco a poco, te encoges en tu pequeño cosmos y dejas de olfatear, ya solo respiras y odias, aborreces de verdad, desprecias y maldices porque los de siempre, los mismos miserables eternos, la auténtica y verdadera escoria que pone la sartén en el fuego con nosotros dentro, nunca será derrotada. Ahora lo sabes de verdad y jamás podrás olvidarlo. Tomaste partido en una guerra perdida e inútil de la que solo has sacado cicatrices en el alma.

Aquí tenéis a unos cuantos de esa basura asquerosa, esos cerdos semidioses que se ríen de todo y de todos con total y absoluta impunidad, aquí los veréis en un trabajo que expone particularmente bien su fantasmagórica realidad. Un análisis certero de la insaciable mezquindad que siempre, siempre y siempre ostentará el poder. Ese nuestro maravilloso espíritu del que venimos haciendo gala desde que poblamos este puto planeta. Ved y sentid. Encontrad por fin vuestro odio reprimido, dejadlo fluir y que vuestros ojos se inyecten de ansias de destrucción. Solo nos queda esperar que un día en el futuro, nada quede.