Me faltaba ésta del peculiar Jaco Van Dormael, en la que abrigaba esperanzas de topar al fin condimentos tangibles y por ello más alejados de la metafísica característica de las otras obras del director belga. Y vaya si he encontrado concreción y palpabilidad, incluso en dosis alarmantes. Se trata de un alegato bastante excesivo y sensiblero en favor de los disminuidos psíquicos, con la obsesiva intención de mostrarnos su enorme generosidad de cariño y el encanto especial del que son poseedores que, desgraciadamente, pasa demasiado desapercibido para la mayoría, a causa de los prejuicios que ostentan nuestras evolucionadas sociedades.
El problema entonces, no se encuentra en el fondo sino en la forma de tratarlo, tras un primer cuarto de película que presagia un resultado cuando menos digno, su continuación no se corresponde, a mi juicio, con las expectativas creadas, utilizando de forma repetida recursos fáciles al lagrimeo, así como giros ridículos y en demasía inverosímiles. Se le va la mano en el martillo que golpea nuestras cabezas, con intención de que unos descubran y otros entiendan lo que algunos ya sabíamos de sobra, sin que la sangre resultante me haya acarreado ninguna nueva aportación o descubrimiento y sí un mustio dolor de decepción.
Por otro lado, el todo no se me ha venido abajo, principalmente por la estupenda interpretación de Pascal Duquenne, que absorbe la atención con especial y auténtica brillantez, acompañado en importancia por un insípido pero aceptable Daniel Auteuil que cumple con cierta sobriedad con lo que se le pide.

Tierra excesivamente trillada, que recuerda más a un vídeo extra-largo, subvencionado por el ministerio de educación de turno, que al producto solvente del ingenioso director que me esperaba.