La segunda entrega de True Detective es considerablemente inferior a la primera. Tanto la realización como las interpretaciones (magníficas) están a la altura, prolongan el bouquet sórdido, la atmósfera abatida, los perfiles complejos y atormentados, las relaciones extrañas, los pasados turbios... A menudo, se puede remedar el tono, replicar el modelo, pero es muy difícil repetir el asombro y la sorpresa.

Es evidente que las comparaciones no son sólo odiosas, casi siempre son injustas. Por eso hay que anotar la inferioridad de TD2 al guión, a una trama demasiado vulgar; vaya, lo de siempre: mafias, intereses políticos, corrupción urbanística, por supuesto prostitución y sexo (no, no son la misma cosa) y también algo de drogas en clubes y casinos dudosos. Pero la vulgaridad de los asuntos no quita -y es con mucho lo peor de esta serie- la excesiva complejidad que usan para contarlo; lo enmarañado de los distintos hilos, el embrollo de hombres, nombres, relaciones cruzadas y el exceso de subtramas, algunas incomprensibles o innecesarias, otras sin sentido y bastantes más de adorno, como intentando alargar un chicle muy sobado y casi sin gusto.