En las películas de detectives hasta el más tonto de ellos hace relojes, y funcionan, las películas y los relojes. No tonto, en este caso el protagonista está algo chiflado, o bastante, según: no hay más loco que el que desconoce su locura, y no es este el caso. El caso es que el tonto -en esta ocasión el loco-, sin más recurso que su voluntad e ingenio, es mucho más espabilado que la Policía y el FBI juntos. Increíble, pero así lo cuenta esta historia.

La trama policíaca es vulgar y previsible: sigue unos esquemas enrevesados pero muy simples que ya en tiempos de Agatha Christie estaban obsoletos. Pero, bueno, sin mucha verosimilitud, la cinta mantiene el tipo hasta dar con un final atropellado y no muy bien explicado o quizá demasiado forzado, a saber.

Dicho esto, el interés de la cinta se fundamenta exclusivamente en la actuación de Samuel L. Jackson. El guión está hecho a su medida para que se luzca en un papel que soporta la confusión de dos personalidades encontradas y que el carismático e histriónico actor resuelve con sobrada solvencia.

Excelentes los temas musicales. Poco más, y poco deja. Entretiene, eso sí.