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España España · Ávila
Voto de Ludovico:
3
Fantástico. Aventuras. Acción En la Tierra Media, el Señor Oscuro Sauron ordenó a los Elfos que forjaran los Grandes Anillos de Poder. Tres para los reyes Elfos, siete para los Señores Enanos, y nueve para los Hombres Mortales. Pero Saurón también forjó, en secreto, el Anillo Único, que tiene el poder de esclavizar toda la Tierra Media. Con la ayuda de sus amigos y de valientes aliados, el joven hobbit Frodo emprende un peligroso viaje con la misión de destruir el ... [+]
2 de enero de 2008
93 de 184 usuarios han encontrado esta crítica útil
San Juan de la Cruz decía: «No a lo más, sino a lo menos». Y esto es aplicable también al ámbito del cine, pues no es sólo una norma ascética sino una ley cósmica; pero no podemos entrar ahora en eso. En todo caso, Robert Bresson la aplicó al cine de forma sabia y rigurosa, y en sus «Notas sobre el cinematógrafo» escribía: «La facultad de aprovechar bien mis recursos disminuye cuando su número aumenta». O dicho de forma más sintética; cuantos más medios, peores resultados, algo que Norman Jackson, está claro, no comparte. La obsesión por la multiplicación indefinida de los medios ha llevado al cine a renunciar a la creación genuinamente artística para convertirse en lo que hoy es de forma mayoritaria y casi exhaustiva: mero espectáculo de feria (hay excepciones, claro), todo lo sofisticado que se quiera, pero de feria.

Y la trilogía de «El Señor de los anillos» me parece un buen ejemplo. La novela de Tolkien tal vez no sea una cima de la literatura universal, pero es —yo creo— una buena novela, probablemente el intento más serio y logrado, desde los relatos medievales del ciclo artúrico, de construir un universo mitológico integral a partir de unas intuiciones metafísicas profundas: el viaje iniciático; el carácter ambiguo, y en definitiva maléfico, del poder; la sustracción y no la adición como camino de realización, etc. Es verdad —y el propio Tolkien se lamentó de ello a posteriori— que hay en su novela demasiadas concesiones a la literatura «juvenil», al relato de aventuras para adolescentes. Y es cierto también que un proyecto esencialmente sincrético, fabricado con elementos tomados de muy diversas mitologías (pero ¿cómo podría elaborarse hoy en día un relato mitológico si no es de ese modo?) inspirará a los puristas las mayores reticencias. Con todo, su novela me parece el único logro real, con enorme diferencia, entre toda esa corriente de «fantasía heroica» que acumula montañas de estulticia y mediocridad en la literatura y en el cine.

La película ha conseguido cargarse todos los hallazgos que la novela de Tolkien sugería o desarrollaba de forma incipiente, sin dejar ni rastro. Cediendo a todas las concesiones posibles exigidas por un público infantilizado, ávido de acción y de efectos especiales, todo el sencillo encanto y la profundidad metafísica del relato de Tokien han sido radicalmente arrasados. Batallas y más batallas… eso es todo: puro espectáculo banal para entretenimiento de mentes adormecidas. Cierto, la recreación visual de algunos escenarios está bastante lograda. Pero eso es lo menos que se podía pedir a uno de los proyectos más millonarios de la historia del cine. El problema es que para conseguir esa recreación —que no deja de ser algo secundario— ha sido necesario aniquilar todo lo esencial. En fin, siempre nos quedará la novela…
Ludovico
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