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Voto de Ludovico:
10
7,0
2.180
Drama
En la madrugada del 8 de noviembre de 1930, el abogado parisino Fleury salía en busca de la luz adecuada para completar una filmación paisajística en torno al lago Le Thuit. Ese mismo día, el abogado fallece en extrañas circunstancias.
24 de febrero de 2011
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine sobre el cine, sobre la capacidad de la imagen para mantener latente el pasado; cine, por tanto, sobre el tiempo y la memoria. (1) [notas en el spoiler]
En la primera parte se nos presentan los restos de las antiguas filmaciones familiares de Fleury (rodadas, por supuesto, por Guerin). Dice Guerin que, a esas “películas de jardín”, «por banales y bobas que sean, el paso del tiempo les da una dimensión fuerte, y aparece el cine por encima de los intereses de quien filmó eso» (DVD, extras). Es decir, el tiempo no necesariamente quita realidad a lo que fue —como se piensa en nuestros días— sino que se la puede dar. (2) Y la memoria es su instrumento operativo en el ser humano. Es toda una metafísica del tiempo y la memoria lo que subyace en “Tren de sombras”.
Y Guerin “inventa” esas falsas “películas de jardín”, con idéntica pero intensificada fuerza a la que podía haber tenido una película “realmente antigua”, conservando su ingenuidad, pero añadiéndole su maestría. (3)
La segunda parte pretende redescubrir en el presente las huellas latentes de aquella realidad filmada. Nos vamos acercando a la casa; una vía de ferrocarril abandonada, semioculta por la hierba, habla del paso del tiempo. Nos introducimos en la casa vacía para vivir no tanto su presente cuanto la densidad del tiempo transcurrido desde que la habitaron los Fleury hasta hoy. Relojes, espejos, puertas entreabiertas, ventanas, sombras de los visillos en las paredes, viejas fotografías, antiguos retratos, más relojes, más espejos, más sombras... Presencia densa de unos elementos que parecen haber atrapado el tiempo, congelándolo, inmovilizándolo. Como fondo, la persistencia del paisaje. Los objetos son soporte y receptáculo de una presencia que puede ser reactualizada (4); pues la sombras pueden devolver la vida a aquello de lo que son sombras.
A partir de este conocimiento vivencial, la tercera parte sugiere la posibilidad de “revisionar” conscientemente el pasado filmado, de volver a él una y otra vez y, así, ir cargándolo de sentido, haciéndolo presente, devolviéndole la vida. Es la reversibilidad del tiempo que la memoria hace posible. Pero ese pasado —es decir, lo real, pues el futuro no es y el presente es inaprehensible como tal— no es unívoco sino multívoco y por ello mismo equívoco. Todo hecho se presta siempre a una pluralidad de lecturas.
En la cuarta parte se consuma la revivificación de ese polisémico pasado, un pasado reconstruido no como dato histórico, sino como objeto de experiencia, vivenciable, arrancado a la cronología y revivido e integrado en un presente continuo (5). Y ahí puede surgir lo inesperado, lo imprevisible de todo proceso vivo (6). Estamos en “el tiempo en el que los tiempos se reúnen”, el momento de la “resurrección de los muertos” —como nos dice la religión en términos simbólicos—, en el que aquellas imágenes en blanco y negro recuperan su plenitud y todo el color de su presencia, de su ser/estar eternamente presentes. (7)
En la primera parte se nos presentan los restos de las antiguas filmaciones familiares de Fleury (rodadas, por supuesto, por Guerin). Dice Guerin que, a esas “películas de jardín”, «por banales y bobas que sean, el paso del tiempo les da una dimensión fuerte, y aparece el cine por encima de los intereses de quien filmó eso» (DVD, extras). Es decir, el tiempo no necesariamente quita realidad a lo que fue —como se piensa en nuestros días— sino que se la puede dar. (2) Y la memoria es su instrumento operativo en el ser humano. Es toda una metafísica del tiempo y la memoria lo que subyace en “Tren de sombras”.
Y Guerin “inventa” esas falsas “películas de jardín”, con idéntica pero intensificada fuerza a la que podía haber tenido una película “realmente antigua”, conservando su ingenuidad, pero añadiéndole su maestría. (3)
La segunda parte pretende redescubrir en el presente las huellas latentes de aquella realidad filmada. Nos vamos acercando a la casa; una vía de ferrocarril abandonada, semioculta por la hierba, habla del paso del tiempo. Nos introducimos en la casa vacía para vivir no tanto su presente cuanto la densidad del tiempo transcurrido desde que la habitaron los Fleury hasta hoy. Relojes, espejos, puertas entreabiertas, ventanas, sombras de los visillos en las paredes, viejas fotografías, antiguos retratos, más relojes, más espejos, más sombras... Presencia densa de unos elementos que parecen haber atrapado el tiempo, congelándolo, inmovilizándolo. Como fondo, la persistencia del paisaje. Los objetos son soporte y receptáculo de una presencia que puede ser reactualizada (4); pues la sombras pueden devolver la vida a aquello de lo que son sombras.
A partir de este conocimiento vivencial, la tercera parte sugiere la posibilidad de “revisionar” conscientemente el pasado filmado, de volver a él una y otra vez y, así, ir cargándolo de sentido, haciéndolo presente, devolviéndole la vida. Es la reversibilidad del tiempo que la memoria hace posible. Pero ese pasado —es decir, lo real, pues el futuro no es y el presente es inaprehensible como tal— no es unívoco sino multívoco y por ello mismo equívoco. Todo hecho se presta siempre a una pluralidad de lecturas.
En la cuarta parte se consuma la revivificación de ese polisémico pasado, un pasado reconstruido no como dato histórico, sino como objeto de experiencia, vivenciable, arrancado a la cronología y revivido e integrado en un presente continuo (5). Y ahí puede surgir lo inesperado, lo imprevisible de todo proceso vivo (6). Estamos en “el tiempo en el que los tiempos se reúnen”, el momento de la “resurrección de los muertos” —como nos dice la religión en términos simbólicos—, en el que aquellas imágenes en blanco y negro recuperan su plenitud y todo el color de su presencia, de su ser/estar eternamente presentes. (7)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
1) Y cine, tal vez, difícil. Dificultad debida, sobre todo, a que la película hace desaparecer los límites con los que habitualmente dividimos la realidad para hacerla manejable: límites entre los seres (muertos, vivos, personas, personajes, actores...) límites en el tiempo (pasado, presente...), límites en los géneros (documental, ficción, poema, retrato...), el límite, en última instancia, entre la película y la realidad.
2) “El pasado no está muerto; en realidad, ni siquiera está pasado” (Faulkner).
3) En realidad, ésa es la función del arte: construir una realidad más real que la propia realidad, por decirlo así. Curiosamente, cuando el arte ya no siente la necesidad de conservar la imagen visual de la realidad humana (puesto que renuncia a todo lo que pueda sonar a representación), surge de forma paradójica la que por naturaleza es la más “realista” de las artes: el cine (y la fotografía), que nos da la imagen más exacta posible de lo que se ofrece a la mirada física. Y, especialmente en esas imágenes planas en blanco y negro (acaso por aquello de la inocencia de los orígenes), hay todavía un margen para la abstracción que permite la acción de la imaginación creadora: lo que quizá no ocurre en la misma medida con la imagen en color (Tarkovsky lo sabía, pero no le hizo mucho caso; Béla Tarr lo sabe y lo practica), y quizás aún menos con la alta definición, por no hablar de la gilipollez del 3D.
4) No me resisto a pasar por alto aquí, la similar maestría de Sokurov y Guerin (p. ej., la magnífica “Elegía de un viaje”, próxima en ciertos aspectos a “Tren de sombras”) a la hora de mostrar la “vivencialidad” de lo supuestamente inerte.
5) No se trata de desembalsamar un cadáver (como en ese ejercicio de necrofilia que es la actual y generalizada obsesión por la historia o, mejor, por el dato histórico), sino de devolverle la vida mediante una verdadera “alquimia de resurrección”. En eso consiste la anamnesis platónica, ese ejercicio de un “recordar” que, para Platón es “conocer”.
6) Imprevisibilidad fundamentada en ese carácter equívoco de la realidad (tema esencial también en “En la ciudad de Sylvia”), plasmado aquí en esas veladas sugerencias sobre la sospecha de una relación tío-sobrina, bruscamente desmontadas por la aparición de las pruebas sobre una relación entre el tío y la criada. ¿Tema banal y un tanto sainetero? En realidad, un tema muy típico de la época, que sirve a su propósito tan válidamente como cualquier otro.
7) Mi interpretación es, claro está, sólo una más entre otras posibles. El film de Guerin, como todas las grandes obras, está abierto a una pluralidad de lecturas, como posibilidades particulares que surgen de manera natural cuando se ha alcanzado el núcleo de lo universal. No tengo espacio para comentar algunas interesantes sugerencias planteadas por otras críticas en FA.
2) “El pasado no está muerto; en realidad, ni siquiera está pasado” (Faulkner).
3) En realidad, ésa es la función del arte: construir una realidad más real que la propia realidad, por decirlo así. Curiosamente, cuando el arte ya no siente la necesidad de conservar la imagen visual de la realidad humana (puesto que renuncia a todo lo que pueda sonar a representación), surge de forma paradójica la que por naturaleza es la más “realista” de las artes: el cine (y la fotografía), que nos da la imagen más exacta posible de lo que se ofrece a la mirada física. Y, especialmente en esas imágenes planas en blanco y negro (acaso por aquello de la inocencia de los orígenes), hay todavía un margen para la abstracción que permite la acción de la imaginación creadora: lo que quizá no ocurre en la misma medida con la imagen en color (Tarkovsky lo sabía, pero no le hizo mucho caso; Béla Tarr lo sabe y lo practica), y quizás aún menos con la alta definición, por no hablar de la gilipollez del 3D.
4) No me resisto a pasar por alto aquí, la similar maestría de Sokurov y Guerin (p. ej., la magnífica “Elegía de un viaje”, próxima en ciertos aspectos a “Tren de sombras”) a la hora de mostrar la “vivencialidad” de lo supuestamente inerte.
5) No se trata de desembalsamar un cadáver (como en ese ejercicio de necrofilia que es la actual y generalizada obsesión por la historia o, mejor, por el dato histórico), sino de devolverle la vida mediante una verdadera “alquimia de resurrección”. En eso consiste la anamnesis platónica, ese ejercicio de un “recordar” que, para Platón es “conocer”.
6) Imprevisibilidad fundamentada en ese carácter equívoco de la realidad (tema esencial también en “En la ciudad de Sylvia”), plasmado aquí en esas veladas sugerencias sobre la sospecha de una relación tío-sobrina, bruscamente desmontadas por la aparición de las pruebas sobre una relación entre el tío y la criada. ¿Tema banal y un tanto sainetero? En realidad, un tema muy típico de la época, que sirve a su propósito tan válidamente como cualquier otro.
7) Mi interpretación es, claro está, sólo una más entre otras posibles. El film de Guerin, como todas las grandes obras, está abierto a una pluralidad de lecturas, como posibilidades particulares que surgen de manera natural cuando se ha alcanzado el núcleo de lo universal. No tengo espacio para comentar algunas interesantes sugerencias planteadas por otras críticas en FA.