Esperanza iniciar el visionado de una película europea policiaca con una fotografía, una ambientación y un montaje de tan superior categoría. El cine europeo continental rarísimamente alcanza estas cotas de solidez técnica, muy sorprendente, muy ilusionante.

Pero luego viene la historia, que se sostiene sólo hasta cuando de verdad comienza a desvelarse y ahí descubrimos a un personaje plano y absurdo, el comisario que representa Depardieu, y otro que se supone que es el poli bueno de la película, el clásico referente moral, pero que no deja de ser un funcionario tristemente adaptado a la suciedad de la profesión, un policia vulgar, amigo de los tiros, las hostias y los asuntos oscuros. Lo malo es que se quiere que nos aliemos con este y vivamos su amargura como una afrenta personal. Un dislate, vamos.

En fin, que con protagonistas así y con situaciones y resoluciones que van sumándose a la absurdez nos quedamos al final con una mala película, por mucha estética de gran cine americano que se haya logrado. ¿Qué le vamos a hacer?

Acabo ya, ¿no tienen en Francia actores de calidad y medianamente atractivos en lo físico? La terna de feos en esta cinta es realmente meritoria y tampoco hay una razón intrínseca que sustente este reinado de lo estéticamente cuestionable para la historia. Y ya enlazo con una de esas cumbres de lo tonto en una película que aquí podemos encontrar: ¿cómo diablos es posible que unos comisarios de esos que se ensucian las manos repartiendo tortas a chorizos y que carecen por el retrato del filme de cualquier cualidad especial tengan unas mujeres tan magníficas y unas casas que son auténticas mansiones? Será para hacerla más americana, digo yo. Qué pena.