Creo que la clave para entender completamente y amar esta película está, justamente en entender las claves que te entrega ella, claves subliminales, ocultas, místicas como el mismo tópico profundo que trata. En sí es una obra de arte, obviamente en mi opinión, como el cine no ha dado o ha dado muy pocas veces y lo seguirá tal vez haciendo en la misma medida; quiero decir: es infrecuente que se vuelva a dar una película de tal altura de miras y alcance. Es difícil porque ya la cima está alcanzada, en dos horas de metraje donde se saborea cine puro. No fue Hitchcock, no fue la inspiración de Stephen King, no fue Spielberg: el mérito se lo debemos a un desconocido Blatty que pudo mentalizar un caso de posesión diabólica verosímil en su máxima expresión y dejarlo sabiamente en las manos de un Friedkin quien supo materializarlo, dirigirlo específicamente como dudo alguien podría haberlo hecho mejor.

El mérito además de estar en posesión del guionista y el director, en orden respectivo, lo está también en las actuaciones de sus protagonistas y secundarios: La niña que lo borda en un único papel decente en su carrera y que la marcó para toda su vida (afortunada y desafortunadamente), una madre desesperada, interpretada magistralmente por una dramática Ellen Burstyn (después de intentarlo con una Shirley McLaine que terminó retirándose, detalle que nos hace ver lo claro que tenía en mente el director el aspecto, semblante y actitud de su co-protagonista; dado el parecido entre ambas actrices), un actor que interpreta al sacerdote con experiencia, envejecido brutalmente y otro más joven envejecido por el sufrimiento y la pérdida de la fe, moviéndose entre la dicotomía de creer y no creer, de tomar o no tomar el caso.
Estos cuatro seres se encuentran en torno a un propósito: salvar a la niña de las garras del demonio.
La paranoia del espectador se alimenta en un in crescendo subjetivo, de acuerdo a los propios miedos naturales, basado en las pistas y aconteceres subliminales de la película, más que en los principales.

Una clave importante se halla en la metáfora de la puerta de la habitación de la niña: Es la madre que corre cuando ella grita desesperada y debe subir escaleras arriba, correr y abrir al final del pasillo aquella puerta que lleva a un mundo de tinieblas, de oscuridad agonizante; pero que debe hacerlo porque su instinto de amor materno, de amor humano al fin y al cabo se lo impone. (sigo en el Spoiler)