Cuentan las malas lenguas que al bueno de Sir Alfred Hitchcok le preguntó una periodista que cúal era el verdadero secreto del cine, y el orondo director le respondió sin pestañear:

—¿Quieres saber cúal es el secreto del cine?, te lo voy a decir. Es rodar, rodar y rodar y volver a rodar y rodar y rodar y rodar y volver a rodar y rodar y rodar y...¿quieres que me tire así media hora?, ese es el secreto del cine guapetona.—Le dijo Sir Alfred con un guiño de ojo y una mirada lasciva a la rubia y minifaldera periodista.

Gracias a esa hambre insaciable de rodajes que condujo a Sir Alfred (AKA El chapuzas) a convertirse en uno de los directores más prolíficos de todos los tiempos, se explica que entre algunas películas muy buenas rodara algunos truños como éste. Y es que había que rodar y rodar y rodar y...bueno, ya saben.

La máxima es clara, verán:

Que no tienes un guión mínimamente consistente, rodar.

Que sólo cuentas con diálogos pretendidamente ingeniosos pero en la práctica artificiales y ridículos, rodar.

Que no has trabajado ni lo más mínimo la profundidad de los personajes para que el espectador sienta la menor empatía hacia ellos, rodar.

Que Cary Grant está ya muy mayor para hacer de soltero irresistible y debería ligar con la madre mejor que con la hija, rodar.

Que la Grace Kelly, además de ser rubia, está disponible y puedes estar cerca de ella unas cuantas semanas de rodaje, sin duda rodar.

Bueno, ahora que lo pienso, en la última máxima puedo comprender bien a Sir Alfred (alias El amigo de las rubias), pero que muy bien, sí.