En 1934, Walt Disney lideraba el mundo de la animación gracias a una serie de cortometrajes conocidos como Silly Symphonies. Dichas obras, solían proyectarse en los cines antes de la película principal y eran historias que adaptaban cuentos clásicos. La animación se estaba erigiendo como un poderoso medio de expresión artístico.

Además, Disney ya contaba con Mickey Mouse, un personaje enormemente popular en todo el mundo, santo patrón de los estudios Disney desde su debut en 'Loco por los aviones'. Las "sinfonías tontas" y el ratón cumplían la magnífica labor social de levantar a Estados Unidos en la época de la Gran Depresión.

Hasta que, dispuesto a consolidar definitivamente este género, anunció algo con lo que Hollywood no había soñado: producir el primer largometraje animado de la historia. Lo que resultaría ser una temeridad porque los expertos de aquella época, decían que siete minutos de animación ya eran bastantes. Y lo hizo.

'Blancanieves y los siete enanitos' fue un triunfo de la imaginación. Sus planos llenos de vida gracias a la técnica de "captura en movimiento" –era la primera vez que se hacía–, la portentosa fluidez de su narración, y la magnífica expresividad de los personajes, le catapultaron a los anales de la historia.