El rey de Inglaterra está agonizando, pero no elige a su hijo mayor como sucesor. Es que tiene mala imagen, la de un hombre banal, sin condiciones para el liderazgo, víctima proverbial del alcoholismo. Pero de entrada, el joven demuestra que no es lo que parece, que tiene condiciones para ejercer el gobierno. El es un pacifista, poco amante de las epopeyas guerreras, prefiere siempre el tono del conciliador, aunque implique un fuerte autocontrol, como lo exhibe al no responder el agravio recibido desde Francia desde donde le envían como presente por haber asumido la monarquía -como Enrique V-, una pelotita envuelta primorosamente. Este no es más que un ejemplo, entre varios otros, de cómo reacciona frente a los agravios. En realidad, cuando se van a batir dos ejércitos (entre ellos, el que él o su país deben administrar), apela a otros expedientes, como retar a duelo singular a los líderes rivales, dando por clausurada la posibilidad de una batalla colectiva, método que intentará, al menos, usar en más de una oportunidad. El film es heterogéneo en su interés pero por fortuna, éste va in crescendo, asumiendo perfiles más activos y épicos conforme avanza, con fluidas escenas bélicas de buen efecto visual y diálogos atinados. El tono general del film es sobrio, sosegado, pero logra una buena caracterización del personaje central, y las actuaciones, tanto de los actores principales como los de reparto, cumplen a carta cabal su objetivo.