En este filme, Inárritu ha sabido utilizar un hilo argumental más que trillado, la típica historia de venganza, y convertirlo en una obra de gran intensidad y belleza visual. No puedo negar que me esperaba una historia algo más trabajada, sobre todo tras haber visto los anteriores trabajos del director mejicano. Sin embargo, la sencillez de la trama permite focalizar la atención sobre otros aspectos de la película más que reseñables.

Iñárritu, a mi modo de ver, combina dos tipos de escenas claramente diferenciadas. Por un lado se sirve de sus ya característicos movimientos de cámara (utilizados anteriormente en Birdman aunque de manera mucho más prolija que en este caso) para evitar los cortes en las escenas de acción e introducir así al espectador dentro de la propia secuencia, que pasa a ser testigo principal de todos los acontecimientos. Por otro lado, los planos fijos o de movimiento más controlado se reservan para mostrarnos una naturaleza salvaje y peligrosa a la par que bella, que recuerdan sin desmerecer en la comparación, al trabajo de Andrew Dominik en "El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford" o a las mejores obras de Terrence Malick, aunque evitándonos las cada vez más empalagosas y vacías reflexiones de este último. Sin ninguna duda, el silencio y la leve banda sonora son grandes aliados de esta película.

Asimismo, resulta sobrecogedor el preciosismo con el que se elabora cada escena, casi como talladas por la mano de un artesano, que combinado con la potentísima actuación de Di Caprio consiguen dotar al conjunto de un gran realismo y y una tensión que acompañan al espectador durante las dos horas y media de película.

En definitiva, pese a contar con una trama básica bastante lineal,tenemos entre manos una obra más que notable, de esas en las que, tras verlas, te levantas del sillón sintiendo esa paz y armonía contigo mismo que tan solo los grandes directores son capaces de producir.