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Voto de Wladimyr Valdivia:
8
Drama Berlín, 1942. Bruno (Asa Butterfield) tiene ocho años y desconoce el significado de la Solución Final y del Holocausto. No es consciente de las pavorosas crueldades que su país, en plena guerra mundial, está infligiendo a los pueblos de Europa. Todo lo que sabe es que su padre -recién nombrado comandante de un campo de concentración- ha ascendido en el escalafón, y que ha pasado de vivir en una confortable casa de Berlín a una zona ... [+]
23 de octubre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la primera, ni mucho menos será la última película que se realice en base al horrendo vejamen a lo que los judíos fueron sometidos por la Alemania Nazi durante la Segunda Guerra Mundial. “La Lista de Schindler” (1993) marcó la pauta para que un sinnúmero de directores tomaran el tema y profundizaran, a partir de los libros de historia universal, sobre el tema y las más diversas veredas. “El Pianista” (2002), “El Hundimiento” (2004) y “Los Falsificadores” (2007) son sólo algunos de los más recientes y destacados trabajos. Ahora fue el turno de Mark Herman (“Little Voice”), quien adaptó al cine el -a estas alturas- best seller de John Boyne, que publicara el autor el año 2006 con gran éxito en Europa hasta el día de hoy. Lamentablemente, no he tenido la suerte de leer el libro, por lo que me limitaré al resultado en pantalla grande sin aprobar ni desaprobar su similitud al escrito.

“El Niño con el Pijama de Rayas”, ambientada en el Berlín de 1942, nos cuenta la historia de Bruno (Asa Butterfield), un niño de ocho años, hijo de un oficial nazi que es ascendido y trasladado a una casa aledaña a un campo de concentración. Junto a su hermana y sus padres, Bruno pierde a sus amigos del barrio y pasa sus aburridas tardes inventando algo que hacer. Sin entender mucho el holocausto que por esos días se vive en el país y convencido que su padre sólo hace el bien por el “Padre Patria”, tras arrancarse para conocer la “granja” cercana a su casa, conoce detrás de las petrificadas rejas a Shmuel (Jack Scanlon), un niño judío de su misma edad, quien viste un traje numerado y a rayas. Así, sin comprender muy bien en qué consistía el “juego” tras las rejas del que participaba el pequeño, Bruno y Shmuel inician una amistad que comienza a ir, inocentemente, más allá de cualquier división.

Cuesta ser original con un tema tan bien manoseado en el cine como la II Guerra. El director apela a todo el sentimentalismo y la sensibilidad del espectador para que, a través de los ojos de dos niños, se nos cuente una nueva historia de los sombríos pasajes que cubrían los cielos de una Alemania devastada para el resto del mundo. La sobria puesta en escena y el pausado -pero correcto- ritmo muy al estilo inglés, marcan el pulso de una cinta que comienza presentándonos a los personajes, para luego jugar sin mesura con nuestras emociones. En ese sentido, la película cumple a cabalidad su objetivo, destacando las grandes interpretaciones, especialmente por parte de Vera Farmiga (“Los Infiltrados”) como la madre de Bruno -cuyo trabajo interpretativo ha sido poco reconocido hasta ahora-; de los pequeños actores que se roban la pantalla, y una elegante fotografía, pero con un guión que termina pecando a la larga y en demasía de poca originalidad, tornándose ciertamente algo predecible, y desperdiciando importantes personajes secundarios, cuyos perfiles psicológicos no son profundizados y sobre los que muy poco se aborda.

Sobrevalorada por muchos y super desacreditada por otros. Se la ha denominado una “joya del séptimo arte como hace tiempo no teníamos la suerte de ver”. Y así de irrespetuoso, refuto dicha opinión, y declaro que difícilmente se convierta en un film insuperable ni mucho menos. Se hace demasiado fácil describir de esta manera que los de uniforme son los malos y los de trajes a rayas son los que pagan por lo que, según ellos, merecen. La inocencia de lo que significa ser niño va mucho más allá que eso y, si consigue conmovernos, es simplemente por la calidad del trabajo actoral y no por un fondo bien logrado del que podamos redondear y definir como “joya”. La guerra se convierte en una simple excusa para contarnos lo mismo que Por otra parte, la ambientación musical (que es algo de lo que un libro carece y convierte a la literatura tan distinta al cine), se nos hace demasiado ajena y no logra cautivar como perfectamente podría hacerlo, perdiendo muchos puntos a favor, llamando bastante la atención que alguien como James Horner (“Titanic”), de vasta trayectoria musical, no sea capaz de retratar detrás de su piano y orquesta.

Los niños y la guerra, algo que Roberto Benigni inmortalizó de manera sublime junto al pequeño Giorgio en “La Vida es Bella”, y que la cinta de Herman nos lo vuelve a recordar, para colmo del propio director.

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Wladimyr Valdivia
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