Y es que seamos honestos, a la película de Kechiche le quitas a la francesa de padre griego y se queda en una del montón. Realmente con ella tampoco es ninguna obra maestra y es uno de los éxitos más sobrevalorados de los últimos tiempos, con únicamente dos cosas estimables: la explosión de Exarchopoulos a sus 20 años como mito erótico y la química entre las dos protagonistas, muy entregadas en cuerpo.

Todo lo demás son ganas de desbarrar: los demenciales 180 minutos de duración, la comentadísima y larga escena de sexo lésbico, muy explícita (hasta se pueden ver los fluidos) rodada con morbo por Kechiche (que además es musulmán, dudo que en Túnez pudiera hacer esto), y algo ilógica porque de repente una inocente menor de edad se mueve en la cama como una actriz porno, muchos diálogos vacuos y la historia, que es buena (el sentirse perdido e incomprendido en la adolescencia, la difícil juventud etc) pero se desperdicia. Eso sí, y vuelvo a insistir, la cámara se acerca tanto a la bella y deslumbrante Adèle, hasta cuando sorbe spaghettis, que es imposible no caer rendido ante esta diosa de largo apellido.

Los que no reconocemos la genialidad de la película en sí debemos ser muy simples frente a los pedantes críticos de cine, tipo Luis Martínez de "El Mundo", que se hacen pajas (en este caso también mentales) con la maestría y la belleza de "La vida de Adèle", que es poco más que una porno con pretensiones.