La llegada de los colonos y más tarde de la ley, el orden y la administración a los territorios norteamericanos, supone por un lado la destrucción de la cultura india y por otro el cambio en las costumbres que los primeros colonos habían ido adquiriendo. Esta pérdida de identidad del Oeste, es una constante en el cine de Peckinpah. La nostalgia por un mundo perdido, por un modus vivendi que ya nunca más será el mismo, por una libertad en cierto modo arraigada a un contexto geográfico tan vasto como el oeste americano, imprime a esta película, como a la mayor parte del cine de Sam Peckinpah, una visión nostálgica por la pérdida de todo un sistema de valores.

Desde un punto de vista técnico queda claro desde las primeras escenas que el montaje de la película es totalmente innovador. Los cambios continuos de plano en las escenas de acción, la mirada atónita de los niños ante los tiroteos de los adultos es algo no visto hasta entonces. Las escenas de alto contenido violento no hacen sino refrendar la rabia del director por un mundo que se pierde inexorablemente y que nunca más volverá.