Existe un cine que se construye sobre sí mismo sin exigir aportación alguna al espectador. Son historias que ya están terminadas cuando apenas han comenzado. Magical Girl no es ese cine. Es ese otro que necesita perentoriamente al espectador para culminar su viaje. Aquí se trata de esa forma de contar historias que te obliga a completar la voz que no oyes al otro lado del teléfono, a imaginar el desenlace de la cita que se corta al sentarse a la mesa del restaurante, a suponer dónde ha pasado tanto tiempo cada personaje... Es un cine que hipnotiza durante mucho más tiempo que el del metraje de la película. Ese es el cine de Magical Girl. Una historia con un gran trabajo de guión, actores, dirección y escenarios, que va ganando en complejidad y en sugerencias con cada requiebro y cada sorpresa. Y que nunca resulta artificial o fantasiosa. Tal vez ahí está su magia, en que comienza en una vida que nos parece común y nos lleva a través de esa misma vida a terrenos a los que nunca habríamos pensado llegar. Todo en esta película se confabula para ofrecernos una historia tremendamente seductora. Y decir esto ya es decir mucho.