El veterano realizador australiano Bruce Beresford tiene en su haber una treintena de películas que destacan más por su eficacia que por su talento, con cierta comunión con el público (Asalto al furgón blindado, Gracias y favores, Crímenes del corazón, Paseando a Miss Daisy, Doble traición, etc.), pero parece que ha dejado atrás sus mejores tiempos; aquí, dirigiendo un guion de Stephen Katz (su último trabajo antes de fallecer, después de quince años sin escribir ni una palabra, y "famoso" por su trabajo en el Equipo A) y un tal John Darrouzet (ni antes ni después ha vuelto a perpetrar nada para el cine), cuenta con un par de actores de renombre, John Cusack y Morgan Freeman, pero los desaprovecha completamente, firmando un producto vacío, con una trama architrillada y una serie de premisas muy débiles.
La idea podría haber tenido relativo interés como peli de entretenimiento sin pretensiones, salvando su nula originalidad, si se hubiera rodado con algo más de fe y, sobre todo, ritmo, pero, tras un inicio competente, se pierde en un "quiero y no puedo", alternando en un sinsentido entre varios géneros: drama familiar (un padre, viudo, ex-poli, enfrentado a su hijo adolescente, fumeta y rebelde), conspiraciones (el sicario veterano que debe "ocuparse" de un objetivo que, por otro lado, se escamotea en el montaje), y la caza humana (los esbirros del malo que quieren pillar a los buenos, que a su vez llevan por los bosques de Washington al pobre Freeman); todo ello, eso sí, plagado de defectos y meteduras de pata por doquier, que acercan el conjunto más a la comedia boba que a un thriller medianamente serio. El guion presenta tales errores de escritura que hacen inverosímil un buen puñado de situaciones, convirtiéndose en un monumental disparate del que sólo se salva el paisaje y la prestancia de don Morgan.