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España España · Oviedo
Voto de babayu:
3
Thriller. Intriga. Drama Justin Quayle (Fiennes) es un diplomático británico destinado en Kenya cuya mujer es asesinada junto a un hombre sospechoso de ser su amante, un activista defensor de los derechos humanos de la región. Quayle decide entonces investigar los asesinatos, y comienza a descubrir mucho más de lo que esperaba... (FILMAFFINITY)
15 de agosto de 2010
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso, hay películas a las que te asomas convencido de que te van a gustar, ya que los ingredientes de los que parte son buenos, pero al final te quedas con el regustillo amargo de las expectativas defraudadas; éste es un buen ejemplo: una buena novela de John Le Carré, un realizador con punch, Fernando Meirelles, que había demostrado su talento en la soberbia Ciudad de Dios, y una pareja protagonista de altura, Fiennes-Weisz. Sin embargo, la nave naufraga en una larguísima travesía, unas injustificadas dos horas y pico en las que hay un pecado mortal, que aburren soberanamente, ya que todo se sabe, o al menos se intuye, casi desde el principio. Hay unas cuantas cosillas discutibles, el diseño de los personajes, la relación entre los dos protas, Justin y Tessa, no parece creíble, a no ser que uno se trague aquello de los dos polos opuestos; si no, cómo vamos a entender que una tía dinámica, "guerrera", comprometida, se enamore de un fulano tan parado como sus plantas (a las que dedica bastantes más atenciones que a su mujer). Obviando esto, y es difícil, ya que el leit-motiv de la historia es la venganza "a la inglesa" del viudo (es decir, sin hacer mucho, salvo descubrir lo que ya sabíamos, pero bueno), lo demás es un continuo fluctuar entre escenas de acción que avanzan a trompicones, normalmente mal resueltas (o mal escritas), viajecitos del prota por medio mundo, intercaladándose con momentos en los que los responsables parecen acordarse de que la cosa va de que hay que poner a parir a los malos malísimos del mondongo, las internacionales farmacéuticas dirigidas por el mismo Satán, con el beneplácito de los poderes fácticos y formales del mundo mundial. Eso sí, sin meterse con el gobierno keniata ni con ningún africano, no vayan a acursarles de racismo, de "yankicentrismo" o de una pamplinada de ésas.
Por otra parte, la cámara se mueve rebuscadamente, marea, al igual que la iluminación, diseñada para epatar más que para ponerse al servicio de la narración cinematográfica.
En definitiva, un vacuo ejercicio de gris crítica demagógica, de escaso interés, salvado, en parte, por el esfuerzo mostrado por Fiennes y Weisz.
babayu
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