Así se debería titular esta tal vez última parte de la trilogía de nuestro héroe perseguido por excelencia; considerablemente superior a El Mito de Bourne, en esta ocasión Paul Greengrass dirige con oficio esta tremendísima coreografía de tiros, persecuciones, saltos, situaciones inverosímiles que hace creíbles, y sobre todo, nos hace empatizar con los personajes, por una parte, los buenos, como ese pseudo James Bond caído en desgracia ( y lo que le costará al pobre Matt Damon desprenderse del encasillamiento que le puede suponer interpretar seis horas a este ex-asesino desmemoriado y arrepentido), o Joan Allen, magistral, como todo lo que hace, y , por otra, los malos, David Strathairn, Scott Glenn o Albert Finney, todos poniendo su parte de merengue al pastel de una película redonda.

En definitiva, me quedo con esas casi dos horas de un excitante estruendo que recorre medio mundo, y con ganas de otra dosis de acción, ritmo y adrenalina de la buena, o al menos, bastante más potable de lo que se estila en los últimos tiempos.